A veces no me salen las palabras. Los pensamientos vagabundos aun acudiendo a mi mente en tropel se diluyen en la metafísica antes de convertirse en frase escrita. Ando dispersa y entre ramas en estos días de mayo. Sin ser excusa, es una realidad, que el jardín consume mi tiempo al ritmo en que la chimenea se traga la leña un día de febrero. Como niño caprichoso las plantas nuevas que adornan el exterior de La Madriguera convierten mis jornadas en pastillas efervescentes: un poco de agua y desaparecen. Compruebo un día más como la larga lista de títulos por leer afuera en el exterior aumenta. Repaso los títulos pendientes a fecha de hoy mientras sé que lo que mi mente en verdad busca no es su distracción ni lo que puedan aportarle en este final de mes. Lo que en realidad persigue es la respuesta a la pregunta que en mitad de la pradera el fiel cielo azul del estío le formuló hace unos días. Desde entonces anda no atendiendo a razones, anda concentrada en hallar la respuesta. Como escritora estoy acostumbrada a contestar preguntas que llevan consigo la intención de remover incluso lo más atávico que hay dentro de uno mismo. Como contadora de historias estoy habituada a desentrañar el alma humana. A no quedarme en la superficie. Pero, incluso así, a veces freno en seco, pues mi mente se bloquea ante cuestiones que hay que repensarlas durante semanas, que no pueden contestarse a bote pronto sin obedecer sólo al impulso. Por ello, al enfrentarme otra vez en un nuevo día con la cuestión que la tiene cautiva, dispersándola como si fuese un crío que no quiere dejar de corretear por su patio de recreo para atender a su obligación, la llamo al orden, le pido que se centre y que se apiade de mí, porque no doy abasto con este estar dispersa todo el rato mientras las jornadas me cunden entre decenas de tareas diarias; y le coloco la pregunta delante de sus ojos, en negro sobre blanco, para que la mire de hito a hito y de una vez cumpla con el deber de contestarla. En un gesto sincero y espontáneo fruto de la necesidad de calma. Quizás desesperado. Y aunque soy consciente de lo infructuoso del ardid, aun sabiendo que el éxito será nulo, que ella responderá cuando le venga en gana, lo hago. Con la fe y el respeto en los que me han educado mis años de oficio, escribo la pregunta unas cuantas veces, conociendo el poder de la palabra escrita, la fuerza de los pensamientos que se pueden leer. A continuación cierro suavemente el diario natural para que ni un ruido la soliviante a emprender nuevas andanzas, y levanto la vista, miro al frente, la mirada al cielo, a Dios: ¿Si dispusieras de todo el tiempo del mundo sería para ir algún sitio o para permanecer donde estás? ¿Si dispusieras de todo el tiempo del mundo sería para ir algún sitio o para permanecer donde estás? ¿Si dispusieras de todo el tiempo del mundo sería para ir algún sitio o para permanecer donde estás? ¿Si dispusieras de todo el tiempo del mundo sería para ir algún sitio o para permanecer donde estás? ¿Si dispusieras de todo el tiempo del mundo sería para ir algún sitio o para permanecer donde estás? ¿Si dispusieras de todo el tiempo del mundo sería para ir algún sitio o para permanecer donde estás? ¿Si dispusieras de todo el tiempo del mundo sería para ir algún sitio o para permanecer donde estás?
María Aixa Sanz
(La Madriguera, 31 de Mayo de 2021)