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lunes, 31 de mayo de 2021

31 de Mayo ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾


A veces no me salen las palabras. Los pensamientos vagabundos aun acudiendo a mi mente en tropel se diluyen en la metafísica antes de convertirse en frase escrita. Ando dispersa y entre ramas en estos días de mayo. Sin ser excusa, es una realidad, que el jardín consume mi tiempo al ritmo en que la chimenea se traga la leña un día de febrero. Como niño caprichoso las plantas nuevas que adornan el exterior de La Madriguera convierten mis jornadas en pastillas efervescentes: un poco de agua y desaparecen. Compruebo un día más como la larga lista de títulos por leer afuera en el exterior aumenta. Repaso los títulos pendientes a fecha de hoy mientras sé que lo que mi mente en verdad busca no es su distracción ni lo que puedan aportarle en este final de mes. Lo que en realidad persigue es la respuesta a la pregunta que en mitad de la pradera el fiel cielo azul del estío le formuló hace unos días. Desde entonces anda no atendiendo a razones, anda concentrada en hallar la respuesta. Como escritora estoy acostumbrada a contestar preguntas que llevan consigo la intención de remover incluso lo más atávico que hay dentro de uno mismo. Como contadora de historias estoy habituada a desentrañar el alma humana. A no quedarme en la superficie. Pero, incluso así, a veces freno en seco, pues mi mente se bloquea ante cuestiones que hay que repensarlas durante semanas, que no pueden contestarse a bote pronto sin obedecer sólo al impulso. Por ello, al enfrentarme otra vez en un nuevo día con la cuestión que la tiene cautiva, dispersándola como si fuese un crío que no quiere dejar de corretear por su patio de recreo para atender a su obligación, la llamo al orden, le pido que se centre y que se apiade de mí, porque no doy abasto con este estar dispersa todo el rato mientras las jornadas me cunden entre decenas de tareas diarias; y le coloco la pregunta delante de sus ojos, en negro sobre blanco, para que la mire de hito a hito y de una vez cumpla con el deber de contestarla. En un gesto sincero y espontáneo fruto de la necesidad de calma. Quizás desesperado. Y aunque soy consciente de lo infructuoso del ardid, aun sabiendo que el éxito será nulo, que ella responderá cuando le venga en gana, lo hago. Con la fe y el respeto en los que me han educado mis años de oficio, escribo la pregunta unas cuantas veces, conociendo el poder de la palabra escrita, la fuerza de los pensamientos que se pueden leer. A continuación cierro suavemente el diario natural para que ni un ruido la soliviante a emprender nuevas andanzas, y levanto la vista, miro al frente, la mirada al cielo, a Dios: ¿Si dispusieras de todo el tiempo del mundo sería para ir algún sitio o para permanecer donde estás? ¿Si dispusieras de todo el tiempo del mundo sería para ir algún sitio o para permanecer donde estás? ¿Si dispusieras de todo el tiempo del mundo sería para ir algún sitio o para permanecer donde estás? ¿Si dispusieras de todo el tiempo del mundo sería para ir algún sitio o para permanecer donde estás? ¿Si dispusieras de todo el tiempo del mundo sería para ir algún sitio o para permanecer donde estás? ¿Si dispusieras de todo el tiempo del mundo sería para ir algún sitio o para permanecer donde estás? ¿Si dispusieras de todo el tiempo del mundo sería para ir algún sitio o para permanecer donde estás? 



María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 31 de Mayo de 2021)



lunes, 24 de mayo de 2021

24 de Mayo ~ Diario del discurrir ✒🌞👣🌬


El establecimiento ChaschasPinut tiene dos puertas batientes. Al cruzarlas te hallas en el interior de un bazar de maravillas. Cuando acudo a él, lo hago con la secreta intención de premiarme; pues soy de pensar que está bien reconocerse alguna que otra vez el mérito propio, el coraje y el esfuerzo. Son poco más de las nueve de la mañana. Tras mi caminata diaria y kilométrica, corto del jardín de La Madriguera unos amarilis. Improviso un ramo, expresamente para la ocasión. Unos minutos más tarde (con el ramo en los brazos) subo a la camioneta para dirigirme al ChaschasPinut. Durante el trayecto contemplo el paisaje y me reafirmo en el deseo de reencarnarme (si llega el caso)  en un gran árbol o en un águila. Seres protectores. Seres que cuidan de los otros. Media hora después, llego. Entro en el local. Dejo a mis espaldas las puertas batientes y le entrego el ramo, mostrándole mis respetos, a la vieja Valentina Pinut. Con delicadeza ella lo deposita en el jarrón escocés que tiene a su derecha. Sus manos me son ya a estas alturas familiares. Sus ojos que han visto tanto y que contienen en sí mismos un mundo me miran sonriendo. Su voz (de anciana india de padre inglés) dirigiéndose a mí desde otro siglo convierte el día en especial. A sus pies Sandokán, un husky blanco de mil años, duerme soñando con calles que están por transitar y con playas nevadas junto al mar. En el mostrador de enfrente saludo a Allan Underwood (dependiente y propietario actual del negocio de Valentina Pinut) que al verme me prepara una taza de café de la vieja cafetera que adquirió junto al local, las existencias y las hermosas estanterías de cedro que sostienen metros de tela, objetos singulares (rara avis de la decoración) y menaje colonial. Allan y yo hablamos animadamente durante un buen rato. A estas horas de la mañana el ChaschasPinut  todavía no está muy concurrido, de modo que puede dedicarme unos minutos de más hasta que lleguen nuevos clientes. Cuando llegan y ambos oímos el característico sonido de las puertas batientes (plas, plas) él se disculpa y vuelve a la realidad del ChaschasPinut. Entonces yo libre ya de formalismos me adentro en los interminables pasillos del establecimiento y me pierdo sin perderme. Me sumerjo como buzo en océano. No sé qué busco, pero sé que un tesoro voy a encontrar. Es ese el encanto del ChaschasPinut. Orientarse por instinto. Tener por brújula sólo la belleza. Me deslizo por el primer pasillo y ante tanta maravilla, resuelvo que si alguien viese mi mirada en este preciso instante, comprendería quien soy en realidad cuando me envuelve la ilusión. Al inicio del segundo pasillo tomo conciencia de que una vez más como siempre pasarán horas antes de recorrer los doce en los que está dividido el bazar, lo que me aporta un extra de felicidad. Al tercer pasillo no me cabe la más mínima duda de que los detalles hermosos y la belleza mejoran la vida de todo aquel que sabe apreciarlos. Recuerdo de pronto como hace unos días le dije a mi amiga Rebecca de Suffolk que había encontrado la clave para distinguir la gente que es de natural feliz o propensa a la felicidad de la que no lo es. La clave son los detalles y la belleza que conforman un hogar. El ChaschasPinut es una fuente inagotable para ser feliz, para alcanzar la confortabilidad y la belleza sin secretos tanto en el uso como al posar la vista. Creo que la gente feliz es la que entiende y repiensa su casa como su verdadero lugar en el mundo, la que comprende que el tener una existencia de mayor calidad radica en el hogar y que está en sus manos que de ese modo sea. En el cuarto pasillo me digo a mí misma que lo cierto es que crear un hogar va mucho más allá de construir o reconstruir una casa y amueblarla, crear un hogar es reciprocidad con la construcción, es comprender que lo que ella en verdad necesita es que tú la disfrutes plenamente, algo imposible sin los detalles y sin la belleza. En el quinto pasillo, tengo la certeza de que a la casa que le insuflas vida y le das a conocer quien eres en realidad, te sana. Pienso en La Madriguera. Ella cura mis heridas y yo le muestro mi gratitud, disfrutando de su exterior y de su interior, con belleza y detalles que me hacen feliz y que son auténticos destellos de una existencia lograda. Estoy en un mundo de ensueño en el sexto pasillo. En el séptimo reculo sobre mis pasos y lo vuelvo a recorrer. La belleza me lleva en volandas. En el octavo me sé inmensamente afortunada de poder, por fin, los domingos celebrar la gracia de Dios con amigos. Hay tanto en este octavo pasillo para que los domingos sean, todavía más bonitos de lo que ya son, que mil ideas pueblan mi mente. A los dos metros del noveno pasillo mis ojos hacen tilín al ver un maravilloso mantel de lino con estampaciones coloniales con sus servilletas a juego. Mi espíritu dicharachero da un brinco. Una enorme sonrisa se dibuja en mi rostro. Veo y toco. Percibo en el alma la historia del tesoro que ha decidido con energía venirse conmigo a La Madriguera para mejorar mi existencia. No obstante, sigo recorriendo los pasillos del ChaschasPinut, aun sabiendo que tengo conmigo (en mis manos) lo que no sabía que buscaba, pero sí que deseaba. En el décimo me invade la sensación de que Dios deposita cada día tesoros para ser descubiertos expresamente por los soñadores valientes y los curiosos con coraje que saben mirar, y emprender el camino y la reconquista si es menester. En el undécimo, sé en el aquí y en el ahora, que la dicha está presente en cada uno de mis átomos. En el duodécimo, me congratulo de lo interesante y divertido que está siendo mayo otra primavera más. Me doy cuenta exhausta y feliz, alrededor de cuatro horas después, que acabo de recorrer los doce pasillos. No debo desandarlos. El ChaschasPinut tiene una puerta para salir distinta a la de entrar, concretamente en el lado opuesto al de las puertas batientes. La caja registradora atendida por Hilaria (la sobrina nieta de Valentina Pinut) está situada justo al lado. Hilaria te cobra diligentemente y sin apenas mediar palabra te da a entender que siempre es poco lo que se acaba pagando por los tesoros encontrados.  


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 24 de Mayo de 2021 ) 


jueves, 20 de mayo de 2021

20 de Mayo ~ Diario del discurrir ✒☀️👣🌬


No comprendo cómo se puede odiar al país de uno. No alcanzo a entenderlo. Pero sí que sé que me repugna. Un hombre sin país no es nada, como no es nada un hombre sin casa, sin principios y sin valores. Un hombre debe amar, proteger, defender y cuidar a su país y a sus compatriotas como cuida de sí mismo. Considero que se puede calificar de mal hijo a quien decide socavar, deshilachar, deshacer, destruir su patria. Poniendo su empeño en ello y condenando a sus compatriotas a vivir en la zozobra, la intranquilidad y el disgusto; restándole con ello, calidad de vida y si me apuran años. El problema de España no sólo es un gobierno que carece de principios y valores, y que como un mal hijo, es incapaz de asumir como responsabilidad propia la ruina económica y la muerte de la familia que voluntariamente decidió defender. El otro problema es esa parte de España que no se siente español, no hablo solamente de separatistas, nacionalistas y terroristas, me refiero en este punto, a esa parte del pueblo desleal y amoral que se avergüenza de llamarse español e incluso de la bandera, y que se tienen por una élite elegida para dar lecciones y dictar sentencias. Me refiero, es obvio, a todos esos “progres progresistas del centro centrado con los brazos abiertos a los dos lados”, como ellos mismos se autodenominan, y que a la hora de la verdad, el único argumento que alcanzan a suscribir es el de apedrear y calumniar a quien opina diferente, o para más ridículo que se victimizan a través del envío de balas de mercachifle o navajitas de zurrón de pastor. Para vergüenza y tragedia de todos, en España, hay unas decenas de miles de malos hijos que llevan por bandera en vez de la de su país, un buenismo impostado, una falsa moralidad y un inquisidor en el ombligo. Personas sin principios ni valores, que decididamente ni siquiera poseen en su corazón el sonrojo y el bochorno de la indecencia de sus ídolos gobernantes. Como no puede ser de otra manera, a estas alturas, el hartazgo y la repugnancia del español de bien está a la orden del día. Personalmente estoy harta. Harta en sesión continua. Asqueada las más de las horas. Ahora mismo lo que me ha llevado a escribir esta entrada en el diario del discurrir es la necesidad de dejar por escrito que en el corazón y en la razón conmigo están en estos días mis compatriotas y más que nunca, en estos momentos durísimos, de una gravedad extrema, los de Ceuta, Melilla y Canarias. Escribiendo sobre el sentir que me embarga en esta hora, he llegado a la conclusión de que la grandeza de la nación española, del pueblo español, reside y se sustenta en sus millones de buenos hijos que defienden y defenderán siempre su hogar, su patria, como algo natural; frente a los malos hijos que destilan odio y que poseen algo dentro de ellos tan dañado y dañino para no saber cómo sentirse bien en su país, para no amar su casa. Es evidente, que en las familias siempre han existido los malos hijos como algo antinatural para pesar del resto, y España, como la grandísima familia que es, también posee malos hijos. Pero si algo he aprendido en mitad de la naturaleza es que lo antinatural acaba extinguiéndose; puesto que lo natural, lo bendecido por Dios, tiene una fuerza extremadamente superior. El bien y la verdad sobre el mal y la mentira, siempre. 

Por España, todo por España. 

¡Viva España!


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 20 de Mayo de 2021 ) 

lunes, 17 de mayo de 2021

17 de Mayo ~ Diario del discurrir ✒☀️👣🌬




Fue un viaje por la verdad, la bondad y la belleza. Temíamos ganas de rodar, de kilómetros. Somos dos viajeros. Y en el último año la vida aun sin detenerse ha quedado recogida en los márgenes de La Madriguera. No pretendíamos encerrarnos en ningún otro espacio, fuese habitación de hotel o apartamento de motel. Queríamos rodar. Sólo rodar. Bebernos con los ojos el paisaje, kilómetros y kilómetros, aspirar y respirarlo. Así que nos montamos en la camioneta y nos fuimos unos días. Viajamos en silencio, saboreamos la existencia, deteniéndonos sólo cuando lo estimábamos oportuno. La escapada que habíamos planeado era un viaje sin planes y en eso se convirtió. Fue fluir por la verdad, la bondad y la belleza del mundo natural que nos rodea, de los artesanos que concentrados te brindan la oportunidad de ser parte de su historia al apreciar el trabajo que realizan con manos expertas y amorosas, de los cocineros que con el mimo de una madre te preparan un plato de comida como si fueses su propio hijo y no el desconocido que acaba de entrar en su local, de los viejos indios que al levantar los ojos y reconocerte depositan en ti la sabiduría con hechuras de leyenda. Fue un viaje otoñal en plena primavera, de recogimiento en mitad de la luz que crece y no mengua. En el que no me abandonó la sensación de que en este tiempo quienes poblamos el mundo estamos más asentados en la tierra, en la verdad, siendo más conscientes de todo, valorando los matices como nunca, sintiendo el latido de lo que verdaderamente importa en la sien, por el miedo a que nos arrebaten de nuevo la vida que no sabíamos que amábamos tanto. Palpé la bondad en el aire, la atraparon mis oídos, la intuí en el corazón con palabras no dichas, en pensamientos que no se acaban de formular, en frases que se dejan a medias para no alterar la cambiante realidad. Observé la belleza a cada paso en las esquinas donde transcurren las jornadas, también en las plazas, la contemplé con cada mirada en todos los kilómetros de pradera al atardecer y al amanecer, en el interior y exterior del bosque, en el tiempo de pie frente al arroyo, y fui de nuevo consciente de la grandeza del regalo que nos hizo Dios al permitirnos habitar este mundo en vez de otro. Fue reconfortante regresar a La Madriguera con tanta paz en el alma y bienestar en los huesos. Lejos de ella entendí (como nunca antes) que es la desconexión con la que me abraza la que me lleva no sólo a vivir (por fin) la anhelada vida de fe y esplendor, también es desde donde obtengo la serenidad necesaria para poder separar el grano de la paja, sin miedo ha dejarme nada atrás, pero también sin miedo al tiempo que vendrá. La verdad, la bondad y la belleza encontradas en este rodar me anunciaron que si cada uno de nosotros trabaja su propio don, para ofrecérselo a los otros, el conjunto de dones hace habitable cuanto nos rodea; siendo la reciprocidad, el valor más estimable y voluntarioso de existir en comunidad. Reconozco que me traje hasta La Madriguera (de nuestro viaje de abril) buenas impresiones y aprendizajes nuevos como el de las tres hermanas, la del salmón, la de la espadaña, y la de la cosecha honorable, que voy a conservar en mí junto al resto. Pues siempre descubro en lo aprendido, lo que es imprescindible recordar, cuando a veces parece que se detiene el corazón. Miro el reloj. Son las cinco y cuarto de la tarde. En esta hora lucida y brillante me vienen a la mente de manera espontánea unos versos de Dante Gabriel Rossetti que asocio siempre con La Madriguera. Las más de las veces cuando por alguna misteriosa razón (que no llego a querer descifrar) recalan en mí unos versos sueltos de manera inesperada, tengo el convencimiento de que es la voz de otra alma quien me los susurra al oído. Los de ahora sé que es la misma casa o el espíritu de quien decidió hace muchísimos años idear un hogar en este lugar quien me los dicta. Y aunque, tal vez, en apariencia o superficialmente se alejan un poco del propósito inicial que sostiene la entrada de hoy en el diario del discurrir, sé que no es así. Por ello, resuelvo finalizarla con ellos: "Yo he estado aquí antes, pero cuándo o cómo no sé decirte. Conozco la hierba más allá de la puerta. El dulce y penetrante olor. El sonido de un suspiro. Las luces alrededor de la orilla. Tú has sido mía antes. Hace cuánto tiempo, no lo sé". 


María Aixa Sanz

(La Madriguera, 17 de Mayo de 2021 )

lunes, 10 de mayo de 2021

LA GENTE FELIZ ~ Epistolario del 21 ✒📮


Queridísima Rebecca:

Me alegro enormemente de saber de ti. Me cuentas que llevas retraso en tu correspondencia y que ahora que la primavera te permite escribir en el jardín de tu casa en Suffolk, te estás poniendo al día sentada en tu vieja mesa de hierro desgastada por la intemperie. Me relatas también como el domingo pasado acudiste a una pequeña fiesta y por tomar dos dedos de Prosseco pasaste el lunes hundida en el sofá. Entonces decidiste que una existencia sencilla con té, bollos y un buen libro es lo único que te vas a permitir de ahora en adelante. Anuncias a bombo y platillo (a todo aquel que lo quiera oír) que estás lista para dejar atrás tu yo festivo y juvenil, y que has comenzado, desde el martes, una vida de académica estudiosa. Por ello, en vez de sentarte en la mesa en el jardín te tumbas al lado de la cerca sobre una manta con unos cojines, una bandeja con té y bollos rellenos de crema, y tres libros abiertos al mismo tiempo. Presumes que de ese modo si alguien te ve desde el camino con tres libros pensará de ti que eres un ser muy inteligente, y si sólo te ve con uno, que eres una lectora ociosa en mitad de la jornada. Mi querida Rebecca sigues siendo la misma comediante de siempre. Sigues afrontando de igual manera las etapas de la vida con ese humor tan tuyo de reírte de tus miedos. ¿Sabes qué pienso, querida mía? Pues que incluso la gente feliz tiene derecho a ausentarse de sí misma. Me detengo en este punto, pues voy a encender la chimenea. Discúlpame. Hace frío y llueve. Por las tardes todavía hace frío. Echaré de menos, no dentro de mucho, este tiempo de tulipanes por la mañana y chimenea por la tarde, como lo llama mi amiga Alison. Encuentro delicioso este estar partido el día en dos. Este bascular de la jornada entre el exterior y el interior. Bueno, ya está. Chimenea encendida. Reparo en este instante en que este año el que siempre creemos que va a ser el último fuego, no lo es. No me molesta. Con sinceridad te digo que no me molesta, ya que quizás en lo que a mí más se me nota el paso de los años es en lo insoportable que me resulta el verano con cada uno que pasa. Lo encuentro de una pesadez absoluta. Si mayo me es un mes sumamente atractivo y las primeras semanas de junio soportables, te confieso que sólo de pensar en julio y agosto el tedio y la pereza se apoderan de mis sentidos. No obstante, como hay que vivir acorde con las estaciones, para llegar al otoño (mi época preferida) no me queda otra que aguantarme y transitar aunque sea con mala gana por el verano. ¡Pero, basta de quejas! Te envío con estas palabras la fotografía de una jarra y un azucarero a conjunto que me regalé a finales de abril para el interior de La Madriguera. Pudimos, por fin, rodar por las carreteras y hacer una magnífica escapada que llevábamos tiempo planeando hacer. Al segundo día en una tiendecita encantadora de un pueblo precioso, ubicado en un paraje idílico, encontré el conjunto de cerámica y no sé si por estimarlo otoñal o porque realmente me pareció muy bonito supe que si no me lo llevaba conmigo acabaría extrañándolo. Lo compré. Ya lo ves. Te lo muestro, querida mía, porque conociéndote como te conozco sé de tu aprecio por el menaje de este tipo. Si te gusta puedo enviarte uno de igual. Será un placer. Lo sabes bien. Y no me importaría regresar a la tiendecita pues aunque está un poco lejos el viaje merece del todo la pena. En este momento tengo a mi lado el libro que me has mandado junto a tu carta. Amiga mía: nunca dejarás de editar libros hermosísimos. Cada uno de los espacios que fotografías de tu casa es un mundo en sí mismo. Realmente me gusta perderme en tus composiciones pues cuando emerjo de ellas, sé cuál es la clave para adivinar la gente que es sencillamente feliz de la que no lo es. Lo sé. Y ahora me despido, siendo consciente de que te dejo en ascuas y con una carcajada a punto de aflorar en ti para romperse segundos después con satisfacción contra el cielo de Suffolk, pero no me importa dejarte así puesto que ello te va a llevar a tenerme que escribir más pronto que tarde.

Te abrazo fuerte mi querida Rebecca. Te abrazo con una sonrisa enorme dibujada en el rostro. 


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 10 de Mayo de 2021 ) 

lunes, 3 de mayo de 2021

3 de Mayo ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾


Son las nueve menos diez de la mañana del primer lunes de mayo. Afuera en el exterior llueve y yo, un día más, regreso eufórica de caminar bajo la lluvia. Afortunada, agradecida y bendecida. Con el rostro iluminado y la mirada sonriente, entro en La Madriguera como un vendaval, la necesidad urgente de escribir me conduce a uno de mis diarios. En mi caso la lluvia siempre ha convocado la inspiración. Y además en esta mañana sé que mayo acaba de entrar en mí, vital y enérgico, como cada primavera. Percibo las ganas desbordándome a flor de piel y en los latidos del corazón. Me quito el abrigo rojo, lo sacudo, y las gotas resbalan por el tejido dibujando caminitos que mueren en un charquito pequeño en el suelo. Extiendo el abrigo sobre el respaldo de una silla para que se seque, y friego el suelo. Me atuso el cabello. En los últimos metros la capucha me pesaba como si sobre la cabeza llevase un gato temeroso de caer al vacío. Me desternillo al imaginarlo. Voy a la cocina y mientras me preparo un sándwich de pavo, precaliento el horno para hornear, valga la redundancia, pan. Me reconforta enormemente que La Madriguera huela a pan o a bizcocho recién hecho, o lo que es lo mismo, a hogar. Seguidamente me descalzo, y con el sándwich en un plato, tomo asiento en mi lugar de trabajo. Abro instintivamente el diario natural. La lluvia, mi euforia y la necesidad apremiante de escribir pertenecen a la tierra. Este tercer día de mayo, también. De hecho, todo mayo. Puesto que este es el mes (de entre todos los meses) en que la tierra se nos da sin ningún reparo, floreciendo a una, sin ambages ni intervalos. Mayo es de por sí un buen mes. Magnífico en algunos años. Incluso se puede conocer durante este mes (en más de una ocasión a lo largo de la existencia) una felicidad desconocida, donde todo es posible. ¿Y por qué? Porque mayo es un mes de exterior, un mes de color, y lo más importante, porque Dios lo creó expresamente para regalárnoslo cada año con sus bendiciones. Por ello, sé que mañana, pasado, o al otro (tras días caminando bajo la lluvia) sólo existirá el sol, y la vida se me ofrecerá para que la tome a manos llenas. Y lo haré. Me la comeré disfrutándola con deleite como (si toda ella fuese) la primera fresa de la temporada que me llevo a la boca. Porque mayo y verano es eso, no es otra cosa. Es la proposición cuya respuesta sólo puede ser sí. Aunque luego, al llegar las semanas del inmisericorde bochorno y de los famélicos mosquitos, aborrezca las horas y anhele empaparme hasta el alma del amor viciado y de las tormentas que te calan hasta los huesos, para refugiarme cuanto antes en el otoño y alimentarme del olor dulzón de las calabazas. Pero ahora, en estos días vibrantes, madrugo todavía más para abalanzarme sobre la jornada, sobre mayo, sobre el verano que irá, día a día, abriéndose paso hacia mí con la intención de reponer la despensa ya menguante del alma invernal y del sol en la piel.

Un momento. 
Atiendo. 
Oigo. 
Escucho. 
Y escucho bien. 

Los pájaros cantan sobre el gran árbol, cerca de su nido. 
Parece que escampa. 

Abril ha sido una sucesión de caminatas bajo la lluvia a las que me he acostumbrado. Resultando ser cada una de ellas una experiencia liberadora. Sé que voy a echarlas de menos. Pero ahora pide la vez mayo, y hay que dársela. Pues ya se sabe: a la lluvia siempre le sigue la flor abriéndose a la vida.


María Aixa Sanz 
(La Madriguera, 3 de Mayo de 2021 )