«¿Caminar a oscuras?
Cada noche, Paul, alguien camina a oscuras.»
Cada noche, Paul, alguien camina a oscuras.»
—Dave Eggers—
Hay algo extraordinario en
esto. En estar vivo al acabar el día. Cada día. Un día y luego, el siguiente.
El pasado día diez murió Jim, ―el capataz del rancho de Margot―, un tipo
amable, de trato afable, con las hechuras de un viejo vaquero del Oeste, de
semblante parecido al de John Wayne, que te saludaba siempre tocándose el ala
del sombrero y siempre tenía una sonrisa y tiempo para ti. Uno de los últimos
deseos que formuló Jim para todos fue que cada uno de nosotros tuviese un
venturoso año nuevo, pero no de pasada, ni por quedar bien. Él no hablaba por
hablar, él se paraba delante de ti y te hablaba con franqueza, mirándote a los
ojos, y dándote a entender que en ese momento para él lo importante eras tú.
Era imposible no tenerle cariño, no sentir afecto por él. A Jim le gustaba su
trabajo en el rancho de Margot, sentía un inmenso amor por los animales y por
vivir la vida al aire libre pero era mayor el profundo aprecio que sentía por
la gente, por confraternizar y compartir. La muerte de Jim nos sacudió a todos,
ocurrió de repente cuando todavía no había amanecido el día diez del año recién
estrenado, mientras unos dormían profundamente, otros se daban la vuelta en la
cama y se arrebujaban con la colcha, otros desayunaban y otros muy
probablemente acababan de acostarse o todavía no lo habían hecho, porque mientras dormimos siempre hay alguien que por alguna razón, en alguna parte camina a oscuras en la noche, en todos los lugares del planeta. Siempre. Y a
veces, como en el caso de Jim, es la muerte quien camina en la oscuridad hacia
algún lugar. La muerte y la vida nunca se detienen. Al enterarme de la muerte
de Jim pensé, tal vez egoístamente, que nadie debería morir el día diez del
año. Morirse el día diez es una soberana faena. Es la peor de las formas de
marcar el año. Por el retrete se van todos los buenos auspicios y deseos de los
últimos días. Alguien los tira por el retrete y luego estira la cadena y fin de
la fiesta. Se acabó lo que se daba. ¡Bienvenidos a la vida real! Y también
pensé que Jim de ser sabedor del día y la hora de su muerte hubiese golpeado con el
tacón de su bota el suelo y hubiese lanzado el aire un improperio, no por
morirse sino por su desconsideración hacia la comunidad, por cómo su muerte en aquel día, recién acabadas las Navidades,
afectaría a la vida de los que le amaban. Puesto que él no era un tipo de hacerle faenas a la gente, ni mucho menos de erguirse como protagonista de nada, para querer
alzarse con el papel de protagonista del primer drama del año. «Pero por favor,
seamos sensatos.» Sí, esa es exactamente la frase que Jim hubiese dicho de
haber sabido lo que el destino le tenía preparado. Me reí al imaginármelo. La
risa siempre es el antídoto. Uno ríe para recuperar la vida, ríe para que la
vida detenida se vuelva a poner en marcha, ríe para infundirse valor y recobrar
el aliento. Me imaginé riéndome con Jim, apoyados en la valla del rancho, y
sentí que la fragilidad a la que nos aboca la muerte de los otros se esfumaba.
Y fui consiente de cuánto valor hay que tener para seguir viviendo entre tanta
fragilidad pero también entre tanta maravilla, ante lo extraordinario de todo
esto, de todo lo que habitamos y habita en nosotros sabiendo como sabemos que
tarde o temprano lo abandonaremos. En estos momentos, unos días después de
saber que Jim murió, de saber que nunca más voy a encontrármelo en mi caminar,
me reafirmo en ello: nadie debería morirse el día diez, nadie debería ante su
falta hacer que nos enfrentemos a nuestros demonios el día diez del año, es
demasiado cruel, y todavía es demasiado pronto, ya que todo en cierto modo acaba
de comenzar. A Jim lo enterramos en mitad de la llanura nevada, en un lugar
donde en primavera y en verano el viento de estas tierras le susurrara al oído
leyendas de los viejos vaqueros. Descansa allí, bajo una losa, cuya inscripción
reza: «El principio es el valor.» Algo muy de Jim, muy de los hombres como Jim,
para las cuales el valor, no tener miedo, es sencillamente la única forma
posible de avanzar, de estar en el mundo, de vivir. Y esta no es tierra de
cobardes.
Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz