«No hay nada más
emocionante que el viento.
Un amor nuevo, y después, el viento.»
―Rick Bass―
Hoy es el primer día que
sopla viento de invierno, el que a mí me gusta. Ese viento que lleva consigo
las ansias de cambio, la desesperación del latido tenaz, del corazón que aún no
ha sido derrotado, un viento que le planta cara a la existencia y que no quiere
oír hablar ni del fin del mundo ni de ningún fin, que por momentos es
precipicio pero también expectación y expectativas, y que lleva en sus pulmones
y en su vientre el hambre, las ganas de más. Un viento que es siempre desafío y
que siempre va de frente. ¡Oh! ¡Cuánto amo a este tipo de viento! Se acopla tan
bien a mi personalidad. Oírlo azotando el aire cual látigo, viendo como hace
tremolar a los días tanto de las existencias pequeñas como de las grandes,
incluso en su zarandeo o cuando esculpe imágenes en el rostro, en el mío o en
el de otros, me transmite buenas vibraciones y magníficas sensaciones, ya que
es el sonido de quien no se conforma ni se rinde, son las hechuras de quien sabe que todo
está de alguna manera por suceder y por estrenar, y también por qué no, de los
convencidos de que una buena nueva está por llegar. Viento que es la música de
los valientes y también del movimiento que avanza sin mirar atrás, aun siendo
consciente de que la verdadera riqueza está en el aprendizaje de lo que
justamente va quedando por el camino. ¡Oh! ¡Viento! ¡Viento! ¡Viento! Viento de
invierno desvergonzado y nunca tramposo que llega a nosotros para llevarse los
últimos días del año y con ellos su hojarasca al son de la esperanza. Viento
que golpea los cristales y lanza certezas y grita que aquellos que olvidan,
olvidan, pero quienes no olvidan y recuerdan vuelven a encontrarse. Viento que
no deja a nadie indiferente se planta en este invierno delante de mí, mientras
concentradamente escribo un texto sobre Fantástica
Jane, ―la niña que tenía como pasión ver a su abuela cocinar y que de
adulta hizo memoria y de memoria escribió en un cuaderno las recetas de los platos
que su abuela cocinaba y de ese modo, le enmendó la plana al
olvido―, y al levantar la vista de la página en blanco y reparar en su perfección asilvestrada, pienso por
alguna libre asociación de ideas en lo enriquecedor del año que está a punto de
acabar, en cuánto he aprendido, en cómo me he sumergido en el aprendizaje de
temas varios como si no hubiese un mañana, por esa pasión por aprender que ha
sido y es constante en mi vida y ese motor que es la curiosidad para mí. De tal
manera que en pocos segundos al hacer balance del año muy bien puedo tacharlo
de extremadamente positivo por lo mucho que he aprendido. El aprendizaje como
unidad de medida, no está mal como leitmotiv de una existencia. ¡Oh! ¡Viento!
¡Viento! ¡Viento! Viento de invierno desvergonzado y nunca tramposo, me repito
a mí misma, y me levanto de la mesa de escribir con una sonrisa en el rostro
sabiendo como sé que el viento de invierno no deja que nadie abandone sus
sueños, y me dirijo a la ventana para contemplar como la naturaleza baila a su
voluntad y con él, silbándole al mundo y a mis oídos, me dirijo a engalanar la
casa para Navidad con piñas, frutos secos y lazos rojos, puesto que una mujer sabia me
dijo que son éstos, elementos mágicos; mientras tanto en la cocina y en el horno una
tarta de manzana está a punto de rica y amorosamente llamar a las puertas de nuestros paladares.
¿Pues qué es la vida si no viento y dulces, palabras y magia, manzanas y amor?
Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz