«Y su sonrisa… maldita
sea.
¿Alguna vez han visto un atardecer en la playa?
Pues la misma calma, la
misma magia, pero en su boca.»
―Heber Snc Nur―
Pocas cosas hay en el
mundo tan hermosas como las sonrisas. Nada viste un rostro ni a un ser cómo una
sonrisa amplia, sincera y espontánea. En ningún otro momento una persona está
tan hermosa como cuando sonríe. Son las sonrisas la medida que se debería
utilizar para valorar la calidad de una vida. Y el día del juicio final, la
única pregunta a la que deberíamos contestar, ante lo único que deberíamos
rendir cuentas, es a lo mucho o a lo poco que se ha sonreído a lo largo de la
vida. Puesto que ¡ay, la sonrisa y las sonrisas! ¡Cuán importante es sonreír y
que nos sonrían, la sonrisa en sí misma! Podríamos relatar nuestra vida a
través de las sonrisas que pueblan nuestro mundo, ir de una en una, como quien
cruza un arroyo, sin tocar el agua que discurre, sin mojarnos. Podríamos alimentarnos de
sonrisas, vivir espléndidamente a base de ellas, sin notar que nos falta nada
más, porque la sonrisa nos es combustible y combustión, y por ello, la sonrisa en el rostro de quienes amamos nos llena de dicha, y es la sonrisa quien establece pactos tácitos y silenciosos entre nosotros
y el resto del mundo y también quien sella una impresión entre
dos y enamora, por eso, porque nos hace sentirnos francamente bien nos abandonamos a la sonrisa como muestra de complicidad, como inicio del
divertimento y de la carcajada feliz, como recompensa y beneplácito, como
principio del relax, como retrato del reto conseguido, como la imagen que tenemos al cerrar los ojos de los seres a los que amamos, como modo de que te den la vida y de dar la vida, y
también, y, por supuesto, nos confiamos a ella como último recurso ante la tristeza y
las lágrimas, como el primer paso para poder ver de nuevo la luz y proseguir
así con el camino. Convertimos a la sonrisa en la prueba de cuán resilentes y
supervivientes somos, de cuánta capacidad poseemos para ser felices y para apostar
por ese algo intangible y efímero que es la felicidad y que todos ansiamos
como perros de presa. Sonrisas tenemos de todas las formas, tamaños, colores y sabores, y para todas
las situaciones y ámbitos; siendo todas ellas, el anuncio de que detrás hay un corazón con ganas de vivir, capaz de dejar que la vida le empape la existencia
con sus idas y sus venidas, con sus más y sus menos, con sus dimes y diretes. Creo no ser una osada al pensar que vivimos a la búsqueda de la sonrisa, tanto de la nuestra como la
de los otros. Sí, vivimos a la búsqueda de la sonrisa, vivimos para cosechar
sonrisas, y sé que no ando muy mal encaminada al pensarlo porque ya siendo
bebés la sonrisa es la señal, el signo que toda madre y padre espera ver por primera vez en
el rostro de su hijo para saberse reconocido, es el modo en que el bebé anuncia
conscientemente su llegada a la vida de los otros. Por tanto, no me cabe duda,
de que la sonrisa es el rictus, el gesto, el signo con el que empezamos a
caminar como parte de este todo llamado mundo. Sí, la sonrisa es la llave de
entrada a la vida, es nuestra forma de decirle al universo que aquí estamos y
que somos valientes, y que incluso sin serlo siempre, lo intentaremos y bregaremos con lo
que se tercie, una y mil veces, hasta la extenuación, con la única finalidad de
que nada ni nadie nos la borre. ¡Así de importante es! Poderosa sonrisa, que
siempre vuelve a brotar. Ese es su secreto: siempre encuentra un motivo para
aflorar de nuevo. Entonces, cómo no, apostarlo todo a la sonrisa. Hagan juego señores, y sonrían. Sonrían siempre y a pesar de.
Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz