«La atmosfera está llena de telégrafos que no pueden verse.»
―Herny David Thoreau―
Acabo de desencolar un libro así tal cual; esas cosas pasan
cuando los editores optan por no dejar en la parte interna de la página los
centímetros suficientes para poder leerlo sin tener que abrirlo en canal.
Detesto las malas ediciones y a los malos editores que no respetan ni al lector
ni al acto reconfortante que debe ser siempre leer. Los malos editores transforman el
acto de leer en un tormento. Ahora mismo estoy metida en un proyecto nuevo de
esos que se muestran ante ti como un apasionante desafío y aquí estoy de vuelta
de mi paseo matutino e invernal desencolando libros mientras permanezco
silenciosa y sumergida en mis pensamientos, intentándolos poner en fila india
para que de todos ellos salga algo de provecho. Caminar me despeja la mente
hasta tal punto que es una auténtica dicha ver cómo mis pensamientos errantes,
nómadas y libres que no entienden de ataduras, ―de ahí el que les llame
vagabundos―, danzan, revolotean, afloran al compás de ese caminar. Reconozco a
mis pensamientos vagabundos porque cuando vagabundean a mí alrededor siempre
acaban tomando cuerpo, forma, fondo y fuerza para luego esconderse y asentarse
dentro de mí para seguidamente darme la vez y así, de ese modo, cuando yo lo
estime oportuno, quizás al llegar a casa, pueda ponerlos en orden tras
invocarlos para que salgan de su escondrijo. Mis paseos son como el patio de
recreo de mis pensamientos vagabundos donde ellos juegan conmigo para que yo
los haga míos. Ellos, esos pensamientos vagabundos, que
deambulan a mí lado desde que yo era una niña cuando camino: brotan desde algún
lugar donde un día yo sembré su semilla sin apenas ser consciente de ello,
nacen de la asociación de una idea con mi propia experiencia, surgen de una
frase que a bote pronto y de manera espontánea se ha compuesto en mi mente a
saber por qué razón y con qué finalidad. La relación e interacción entre el
caminar y los pensamientos vagabundos es una constante en mi existencia desde
toda la vida. Recuerdo perfectamente cómo cuando sólo levantaba unos cuantos
palmos del suelo e iba a la escuela campo a través los pensamientos eran mi
mejor compañía y desde casa hasta la escuela crecían, crecían y se expandían,
forjando mi carácter y mis sueños del mismo modo como mis pies labraban un
camino que cruzaba por un mismo campo con distintos terrenos y dueños. Siempre
he sentido querencia por los caminos que van a través de los terrenos, como he
sentido pasión por ese deambular por las calles que no obedece a razón alguna
sino a lo gratificante que es callejear sin rumbo e ir solamente al son de lo
que te dicta el instinto, la curiosidad o una secuencia de fachadas. Siempre me
ha fascinado la facultad que tiene el ser vivo de poder adentrarse por
saludables caminos sin obedecer a nada ni a nadie, sólo a su libre decisión y
voluntad; y así lo he hecho. He creado siempre mis propias sendas tanto
rústicas como urbanas, tanto profesionales como de esparcimiento. Y, ahora, en
mis fructíferas y fértiles caminatas canadienses, cada mañana, me dirijo al
mismo lugar, o sea a la cabaña de los pájaros que está situada a unos cinco
kilómetros desde donde Alberto, Nuna y yo tenemos nuestra morada, pero siempre
lo hago por sendas diferentes que voy trazando según el día, tal como surgen,
porque cada caminata trae su buena nueva. Llegar a la cabaña de los pájaros no
es una meta en sí, sino llego hasta allí porque en ella se encuentra el punto
desde el que sé que debo recular de nuevo a casa. La cabaña de los pájaros es
un hito en el camino y me gusta llegar hasta ella y ver como el viejo Capitán
Bixler a primera hora, con cada amanecer, deja un plato de comida para los
pájaros. Un día me explicó que ese era sin lugar a dudas su momento del día.
Para él lo más gratificante de su día es el instante en que desde detrás de la
ventana ve como los pájaros comen en el plato desportillado de porcelana que
deja siempre en el banco que hay en su pequeño porche. Y, del mismo modo, como
para él su momento especial y preferido del día es ese, para mí, casi con toda
seguridad es cuando me siento frente a la hoja en blanco para
plasmar en ella lo que la caminata me ha concedido como regalo. Que puede ser
desde algo tan sorpresivo como la aparición de dos jóvenes ciervos, a algo tan
sorprendente, como la compañía siempre increíble e inesperada de alguno de mis
pensamientos vagabundos que ha tenido a bien mostrarse para que reflexione
sobre algo en concreto. Pero sea cual sea la sorpresa que el camino me tiene
reservada, siempre se repite la misma constante, y es que a partir del minuto en que se presenta, percibo cómo el sol desde ese momento ilumina mi caminata tanto por
dentro como por fuera. Y si me ocurre eso, es porque aun a pesar de la
experiencia o quizás por ella, sigue fascinándome e impresionando el hecho de
que cada día tanto el mundo natural como mi mundo interior sea capaz de hacer
germinar en mí preguntas y sea capaz de estimular mi curiosidad hasta límites insospechados
de la misma forma como lo hacía cuando era una niña e iba por aquel camino con sus
pequeños taludes y curvas, ―campo a través―, que la cabezonería y la tozudez de mis pies hicieron que se marcase y grabase en la tierra por derecho. Al pensar
en ese camino recuerdo como el disfrute que era transitar por allí se tornaba
en berrinche cuando la lluvia me lo imposibilitaba. Pues el camino se convertía
en un pequeño barrizal y mi madre me obligaba a ir por el asfalto, no obstante
caminar por el asfalto tenía su lado bueno pues me hacía preguntarme cómo sería
enfrentarme con mis pensamientos vagabundos por aquel camino a través de las
gotas de lluvia, y desde entonces, eso se ha quedado dentro de mí, quiero
decir, que cada vez que un pensamiento vagabundo toma forma en torno a mí,
también deseo verlo a través de las gotas de lluvia, o lo que es lo mismo, no
me conformo nunca con la primera reflexión, ni con la segunda, lo someto sino a
una cuarentena, sí que a una semana de lluvia por si acaso existe otra perspectiva,
otro punto de vista en el que yo no he reparado. Querer ver también el mundo a
través de las gotas de lluvia significa para mí exigirse un poquito más, darle
dos vueltas a las cosas, y ser capaz de reescribir un mismo pensamiento o una
reflexión o una historia las veces que sea menester, hasta estar segura de que
lo he observado desde todos los ángulos. Resumiendo, ver a través de las gotas
de lluvia significa: no conformarse con la primero que se te pase por la
cabeza, significa esforzarse, buscar la excelencia y el mérito en todo aquello
que hagas, es, si por ejemplo editas un libro: editarlo para que la lectura sea
un placer y no un tormento. Y, sí, soy muy consiente que todo eso se lo debo a
aquel camino de mi infancia como también le debo saber cuán valioso es crear
algo con tu esfuerzo de principio a fin a base de talento y fuerza de voluntad,
porque eso es exactamente lo que lo hace completa y totalmente tuyo.
Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz