«¿Sabes
cuál es el problema de este mundo?
Todos quieren una solución mágica a los
problemas,
pero todos rehúsan creer en la magia.»
―Lewis
Carroll―
Sopla
sobre el humeante chocolate caliente, sostiene la taza con sus manos de mujer
etérea y delicada, soñadora y enigmática, que jamás finge estar completamente
feliz al tener los pies en el suelo. Los pies en el suelo son lo que son. Un
baño de realidad demasiado cruel. Por eso, ella sólo sonríe a medias, como si su
sonrisa fuese un borrador de la risa, una sonrisa de aficionado. No sabe
fingir, pero sí disimular. Lo cierto es que en la realidad no está cómoda, que
ella sólo se siente verdaderamente a gusto, cuando va en búsqueda de la magia
que existe en los pliegues y en el reverso de todo, la magia de las historias
ocultas, de lo que se intuye y no se ve, de lo que se ve con el segundo mirar,
de lo que existe más allá de la vista. «Sólo hay que saber buscar, para hallar»,
se dice a sí misma. Entonces, al buscar y al encontrar, en la búsqueda y en los
hallazgos, sonríe con una amplia sonrisa que le ilumina el rostro y de paso, la
vida. Su naturaleza es una composición suave y diversa de pragmatismo y de
espiritualidad. Por eso se le da tan bien conseguir cosas que parecen superar a
los demás. Ella, la mayoría de las veces puede conseguir lo imposible. Ahora
está ahí, sentada, meditabunda, pensando que lo mejor, la jugada más potente es
permitirle a Sistersong que encuentre su propia magia. Dejar que desafíe sus
propias creencias y pensamientos a solas, no ayudarla desde el primer instante,
no interceder de momento en nada, no usar su capacidad de ver, el poder
transformador que tiene de ver lo que los otros no ven al primer mirar. Se
dice: «Madurar es eso. Es saber utilizar en tu propio beneficio tu
inteligencia, tus talentos, tus habilidades, tu capacidad de ver, en
definitiva, tu mente. No podemos no utilizarla, no ponerla a nuestro servicio,
como lo que es: el mejor instrumento que poseemos.» Ha regresado de recoger dulces
manzanas rojas, ha dejado en el suelo el cesto repleto del fruto que más tarde
asara en el horno para el postre, se ha preparado un chocolate caliente puesto
que le ha entrado frío ya que de repente ha comenzado a soplar un viento helado
y se ha sentado a bebérselo teniendo puesta la mente en Sistersong, o más bien,
en lo que le ha contado. Sabiendo que toda persona que posee una mente
brillante, toda persona inteligente es capaz de sacar a flote cualquier asunto,
―aunque jamás haya bregado con algo parecido―, y le consta, que Sistersong lo
es. Y la capacidad de ver, es consecuencia de una mente inteligente, brillante.
La capacidad de observación y de penetrar en el alma del movimiento y en la
calma del corazón es simple y llanamente cuestión de inteligencia. Sistersong
le ha contado al encontrarse bajo el mismo manzano que esa misma mañana al
abrir la puerta de su morada ha encontrado en la jamba acurrucado, ―en este
punto compruebo cómo los rostros y los cuerpos de mis compañeras en la cocina
de Margot están en vilo, expectantes, anhelantes, y sé lo mucho que me apasiona
contar historias, me apasiona tener este fascinante oficio de crear vías de
escape de la realidad. Sin las historias y sin sus contadores, el mundo, no
podría respirar ni tomar impulso para seguir―, a un gnomo con vestimentas
verdes, demasiado grande para pasar por debajo de la puerta u otra rendija y
demasiado pequeño para llamar al timbre, con un pequeño oboe apoyado en su
regazo. Cuando el gnomo miró con sus ojitos a Sistersong, ésta le dijo que
entrase en la casa aprisa y corriendo, pues vio cómo estaba tiritando. Una vez
en el interior le vertió en un platito leche caliente para que se la bebiese,
ya que todas las tazas que tenía las presumió demasiado grandes para que se las
pudiera llevar a la boca sin derramarse encima su contenido. El gnomo cerró los
ojos cuando le leche entró en contacto con cada centímetro de su cuerpecito y
los mantuvo cerrados durante un minuto y cuando los abrió miró a Sistersong de
hito a hito, sonriéndole, con una sonrisa capaz de derretir unos milímetros de
un iceberg. «Me llamo Violeta y soy música», le dijo a Sistersong, que se notó
sorprendida porque había dado por sentado, aun sabiendo que nunca es una buena
idea dar nada por sentado, que el gnomo era varón. «Soy música y evidentemente
tengo problemas», añadió a continuación, mostrándole el oboe y borrándosele de
inmediato la sonrisa. Violeta había salido del bosque en pos de un sueño, que
era el de tocar en la orquesta del Canadá, creía firmemente que tenía
posibilidades y sabía también que se había perdido. Nadie la acompañaba y se
había dado cuenta en las últimas horas de que no tenía ni idea de cómo llegar a
la orquesta del Canadá. Allí sentada sobre la mesa de la cocina, donde
Sistersong la había colocado para tenerla frente a ella al hablar, la gnomo le
pidió ayuda para conseguirlo. Al menos para llegar hasta la orquesta.
Sistersong se recostó en el respaldo de la silla, sabía que para tal fin
necesitaba de mucha magia y bastante fortuna. Pero también sabía que jamás le
diría a alguien que tiene un sueño que no lo lleve a término y le respondió: «Deja que me lo piense, Violeta, mientras tanto puedes descansar unos días aquí». Y en esas quedaron; y esta mañana cuando Sistersong paseaba intentando aclarar sus ideas,
ha visto a Maya debajo de un manzano y se ha dirigido hacia ella para explicarle qué le ha quitado
el sueño la pasada noche. Al pedirle consejo, Sistersong, lo que estaba
haciendo era esclarecer sus dudas, pues Maya sabe escuchar y siempre da tan extraños
consejos como inmejorables y resolutivos, por eso no le ha sorprendido que le
contestase: «Mira en tu interior y si no hallas la respuesta, te ayudaré a ver
lo evidente.» Su respuesta la ha puesto en alerta, esa es la realidad, y ese
estado la ha conducido durante un buen rato en una especie de trance por toda
la casa, abajo y arriba, arriba y abajo. Hasta que se ha detenido en seco en el
zaguán como si la hubiesen clavado en el suelo porque sin saber cómo ha
escuchado la voz de Maya en su interior, resonando, sus palabras siempre
prenden en su ser, y dentro de ella, al parecer, permanecen. La voz
dulce y suave de Maya que le ha llegado como un soplo de aire esclarecedor, enérgico,
reparador, lleno de latidos y pequeños matices, desde alguna que otra conversación
marchita en el tiempo, le ha susurrado: «Para todo, el primer paso es, simplemente, fijarte en
lo que te rodea». Entonces, Sistersong ha mirado a su alrededor,
instintivamente, y lo que le ha saltado a la vista como una idea traída por el
aire y suspendida delante de su nariz, es lo evidente, y eso es que Violeta ha
llegado hasta su puerta, no hasta la de otra persona; de modo, que está en su
camino, Violeta, y echarle una mano, también. Sistersong entra en la cocina
segundos después como un vendaval y le dice a Violeta: «No sé cómo vamos a
hacerlo, pero lo haremos. Tu sueño está en mi camino, emprendamos juntas ese
camino, pues.» Y esas palabras en Violeta son caricia para su alma, esperanza
para su sueño, oxígeno para su minúsculo cuerpo. A unos metros, en la otra casa, la taza de
chocolate permanece vacía sobre la encimera y el cesto de manzanas está vacío
también. Las manzanas están asándose en el horno. Llaman a la puerta y la
puerta se abre, Sistersong, entra de nuevo como un vendaval en la cocina, tiene
la costumbre de entrar de esa manera en todos los sitios. «He decidido ayudar a
Violeta. Bien cierto era que la respuesta estaba en mí. Gracias», le confía a
Maya señalándose la sien. Maya sonríe con una amplia sonrisa que le ilumina el
rostro y de paso, la vida.
Besos
y abrazos a tod@s.
María
Aixa Sanz