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lunes, 2 de octubre de 2017

OFRENDA


Despertarse con ganas de comerse el cada día a bocados, de ponerle siempre a la vida color, sintiéndose dichosa es la mejor forma de amanecer. Despertarse sintiendo que invade tu ser una descomunal dosis de energía vitamínica y un batallón de buenas vibraciones, sentimientos y sensaciones es como despertarse las mañanas de Navidad. Y el común denominador de todos esos días es la ilusión. A cada uno le mueve diferentes cosas, personas, gustos, intereses, aficiones, pero detrás de todo siempre está la ilusión, ya que la ilusión es nuestro motor y sin ella no hay nada, no somos nada. Mi amiga Edurne siempre me dice que las bibliotecas le inspiran la misma sensación que la de una mañana de Navidad. Entiendo perfectamente a lo que se refiere puesto que a ella entrar en una biblioteca y la mañana de Navidad le producen la misma ilusión que a mí abrir los ojos con cada amanecer y ser consciente de que por delante tengo toda una aventura por vivir que se llama vida y con la que voy a tener experiencias de todo tipo que me harán sentir y avanzar, sabiendo que jamás me dejaran ni indiferente ni quieta en el mismo punto. Como también sabéis, lectores míos, que me produce una enorme y sincera ilusión el contar historias, el emprender viajes y el desembalar libros cuidadosamente elegidos por anticipado, y cómo no, y en ello quiero detenerme hoy: los días que preceden a la Navidad y por supuesto las mañanas de Navidad, es decir, las vacaciones de invierno. No sé en qué momento inconscientemente comienzo a preparar mentalmente la Navidad; no sé cuándo empiezo a ir pensando en los regalos inesperados y sorprendentes para cada uno de los seres que forman parte de mi cotidianidad, pues el tema "regalo" no es para mí un asunto menor ni trivial ni baladí; no sé en qué día y a qué hora emprendo el camino que me lleva a la época que más me gusta del año cuando una sonrisa divertida, franca y feliz se dibuja en mi rostro y se queda a vivir allí durante muchísimo tiempo. No sé si es que me tomo la Navidad demasiado en serio, pero más bien creo que me la tomo cómo lo que es, cómo lo que tiene que ser, cómo lo que significa para mí, es decir, la celebración de todo lo bueno que posee y representa el ser humano. Aunque la ejemplaridad del ser humano no debería ser la excepción sino la regla y no tendría por qué tener que conmemorarse para de ese modo poder subrayar, reseñar y resaltar lo obvio, en un mundo en el que existe a partes iguales el bien como el mal; bien caben unas semanas para que esa ejemplaridad sea la protagonista; bien caben unos días al año para que todos pensemos que lo que realmente nos hace grandes es el ser buenas personas, el ser el mejor ejemplo tanto para nosotros como para los que nos observan; bien caben unas horas para reivindicar que la fortuna de los agradecidos, honrados y bienintencionados siempre será mucho más poderosa y nos colmara de una mayor e intensa dicha que la de los seres de lúgubre corazón, funesto ánimo y malvada disposición. Por eso en los días de Navidad todavía debemos prestar más atención a todos aquellos que dan de corazón sin esperar nada a cambio, en esos días debemos aguarles la fiesta a los señores Scrooge de turno. Y debemos hacerlo con una sonrisa en los labios y diciéndoles, mirándolos a los ojos: «Jamás vais a poder con los bienintencionados y generosos de corazón.» Para luego, con alegría dedicarles tiempo y mimos a los que están a nuestro alrededor. Sabiendo que ese regalo que hemos preparado con tanto amor, no es un acto que se deba acoger como algo vacío de contenido o un consumir por consumir sino como lo que realmente es: una ofrenda al otro, un reconocimiento al otro. Pues con en ese regalo le estamos diciendo muchas cosas pero sobre todas ellas, una: «Gracias por existir.»


Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz



** Scrooge era una persona mayor y sin amigos. Él vivía en su mundo, nada le agradaba y menos la Navidad, decía que eran paparruchadas. Tenía una rutina donde hacía lo mismo todos los días: caminar por el mismo lugar sin que nadie se parase a saludarlo. Scrooge vivía en un edificio tan frío y siniestro como él.


** Ofrenda: f. Dádiva o presente que se ofrece con respeto, gratitud o amor.