Despertarse con ganas de
comerse el cada día a bocados, de ponerle siempre a la vida color, sintiéndose
dichosa es la mejor forma de amanecer. Despertarse sintiendo que invade tu ser
una descomunal dosis de energía vitamínica y un batallón de buenas vibraciones,
sentimientos y sensaciones es como despertarse las mañanas de Navidad. Y el
común denominador de todos esos días es la ilusión. A cada uno le mueve
diferentes cosas, personas, gustos, intereses, aficiones, pero detrás de todo siempre está la ilusión, ya que la ilusión es nuestro motor y sin ella no hay nada, no somos nada. Mi amiga Edurne siempre me dice que las bibliotecas le inspiran la misma sensación que la de
una mañana de Navidad. Entiendo perfectamente a lo que se refiere puesto que a ella
entrar en una biblioteca y la mañana de Navidad le producen la misma ilusión
que a mí abrir los ojos con cada amanecer y ser consciente
de que por delante tengo toda una aventura por vivir que se llama vida y con la
que voy a tener experiencias de todo tipo que me harán sentir y avanzar,
sabiendo que jamás me dejaran ni indiferente ni quieta en el mismo punto. Como también sabéis, lectores míos, que me produce una enorme y sincera ilusión el contar historias, el emprender viajes y el desembalar libros cuidadosamente elegidos por anticipado, y cómo no, y en ello quiero detenerme hoy: los días que preceden a la Navidad y por supuesto las mañanas de
Navidad, es decir, las vacaciones de invierno. No sé en qué momento
inconscientemente comienzo a preparar mentalmente la Navidad; no sé cuándo
empiezo a ir pensando en los regalos inesperados y sorprendentes para cada uno de los seres que forman parte de mi cotidianidad, pues el tema "regalo" no es para mí un asunto menor ni trivial ni baladí; no sé en qué día y a qué
hora emprendo el camino que me lleva a la época que más me gusta del año cuando
una sonrisa divertida, franca y feliz se dibuja en mi rostro y se queda a vivir
allí durante muchísimo tiempo. No sé si es que me tomo la Navidad demasiado en
serio, pero más bien creo que me la tomo cómo lo que es, cómo lo que tiene que
ser, cómo lo que significa para mí, es decir, la celebración de todo lo bueno
que posee y representa el ser humano. Aunque la ejemplaridad del ser humano
no debería ser la excepción sino la regla y no tendría por qué tener que
conmemorarse para de ese modo poder subrayar, reseñar y resaltar lo obvio, en un
mundo en el que existe a partes iguales el bien como el mal; bien caben unas
semanas para que esa ejemplaridad sea la protagonista; bien caben unos días al
año para que todos pensemos que lo que realmente nos hace grandes es el ser buenas personas, el ser el mejor ejemplo
tanto para nosotros como para los que nos observan; bien caben
unas horas para reivindicar que la fortuna de los agradecidos, honrados y
bienintencionados siempre será mucho más poderosa y nos colmara de una mayor e
intensa dicha que la de los seres de lúgubre corazón, funesto ánimo y malvada
disposición. Por eso en los días de Navidad todavía debemos prestar más
atención a todos aquellos que dan de corazón sin esperar nada a cambio, en esos
días debemos aguarles la fiesta a los señores Scrooge de turno. Y debemos hacerlo con una sonrisa en los labios
y diciéndoles, mirándolos a los ojos: «Jamás vais a poder con los
bienintencionados y generosos de corazón.» Para luego, con alegría dedicarles tiempo y mimos
a los que están a nuestro alrededor. Sabiendo que ese
regalo que hemos preparado con tanto amor, no es un acto que se deba acoger como
algo vacío de contenido o un consumir por consumir sino como lo que realmente
es: una ofrenda al otro, un reconocimiento al otro. Pues con en ese regalo le
estamos diciendo muchas cosas pero sobre todas ellas, una: «Gracias por
existir.»
Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz
** Scrooge era una persona mayor y sin amigos. Él vivía en su mundo,
nada le agradaba y menos la Navidad, decía que eran paparruchadas. Tenía una
rutina donde hacía lo mismo todos los días: caminar por el mismo lugar sin que
nadie se parase a saludarlo. Scrooge
vivía en un edificio tan frío y siniestro como él.
** Ofrenda: f. Dádiva o
presente que se ofrece con respeto, gratitud o amor.