Tener altura de miras
básicamente es comprender. Así de simple y así de complejo. Comprender a los
demás con el fin de obtener el bienestar de la comunidad en la que estás o de
la que formas parte, es decir, tu pequeño mundo o en mi caso también por allí
donde transito aunque sólo esté de paso. Según mi estimada amiga Osbelia tener
altura de miras es poseer la mayor de las virtudes, la más elevada, pues te
permite volar libre. Ya que según ella las ataduras mentales son lo peor,
denominando ataduras mentales: a la estrechez de miras, a las limitaciones y
cortapisas que uno mismo puede llegar a autoimponerse y que le impiden ver la
existencia de cada ser como lo que es: un hecho no juzgable que transcurre entre
el nacimiento y la muerte. Vivir, lectores míos, lleva implícito tanto el
derecho a no ser juzgado como la obligación de no juzgar. Cuántos juicios de
valor se modificarían radicalmente de uno ponerse en los zapatos de los otros.
Pero de sobra sabemos, pues todos nos hemos topado con ellos en nuestro caminar, que hay hombres y mujeres que no sólo juzgan, sino que dictan sentencia y
condenan. Aplicando un vara de medir que dista mucho de ser la que se aplican a
ellos mismos. Os puedo decir, con la misma franqueza de siempre, que jamás me
he visto con la capacidad ni el derecho de juzgar a nadie. Y aun siendo
rematadamente curiosa, nunca he sentido ni un ápice de curiosidad por saber qué se siente al ser jurado popular. Es más, qué Dios me libre de semejante tesitura.
En mi naturaleza no está ni el juzgar a los demás ni siquiera el entrometerme
en las vidas ajenas. Me entusiasma observar el comportamiento de las almas para
retratarlo después en mi trabajo y lo observo con el ánimo y la intención de
comprenderlo. Pero hay una diferencia notable entre entrometerse o juzgar y
observar para comprender. Tal como pasa la vida y voy acumulando años y vivencias, del mismo
modo como mi capacidad de comprensión aumenta y mi tolerancia también, juzgar
se me torna un imposible. Y, en cierta medida si soy así, es gracias a mi
oficio. El oficio de escribir me ha hecho ser todavía más comprensiva,
tolerante y universal. Porque es una realidad que las gentes sufren y lloran,
se alegran y ríen por las mismas cosas en todas partes del globo terráqueo. Por
tanto cuando os digo que jamás juzgo a nadie: Creedme. Así es. Os doy mi palabra. No
estaría orgullosa de mí, si cayese en el error de juzgar. Y, os prometo también,
que no juzgar no es algo que deba imponérmelo como un trabajo forzado, no juzgar
me sale de manera natural, sin esfuerzo. Supongo que cuando Osbelia me dijo que
poseía altura de miras, se refería a eso exactamente, a mi incapacidad para
juzgar a los demás. Y, si me preguntaseis sí creo que tengo altura de miras. Os
contestaría que sí, porque si valoro, y valorar no es juzgar, el comportamiento o la
actitud de alguien, no la valoro según los criterios que rigen mi vida, lo
valoro teniendo en cuenta que cada uno tiene sus directrices, por tanto todo
cabe, a no ser que sean comportamientos deleznables, es decir, que agredan a
otro ser vivo colocándolo en situaciones peligrosas, causándole el mal o daños irreparables. De no ser así, en la vida todo cabe y
todo es válido. Pues cada uno va por el mundo según su música. Y si hay una que
debe resaltar y prevalecer sobre el resto es la de la libertad, la de tener derecho a vivir
como a uno le venga en gana. Tener altura de miras es comprender eso y llevarlo
a término, quiero decir que si hay que mediar entre posturas opuestas para
encontrar un punto de acuerdo o en común para que la paz reine en la vida de
los que te rodean, se hace. Si hay que defender hechos que para mí pertenecen y
están dentro de la libertad de cada uno, se hace. Pues, como diría Osbelia no
hay nada peor que las ataduras, limitaciones, cortapisas mentales, no te dejen
empatizar con otro ser y ver que delante de ti hay alguien que siente y vibra
igual que tú. No ver en verdad que quien tenemos delante es otro ser humano, es
de ser cafres o unos redomados idiotas, es caer en el error de considerarnos
mejores que los otros, y lo que es peor, incluso, más libres para juzgar sin
ser juzgados.
Besos y abrazos a
tod@s.
María Aixa Sanz