«Quédate conmigo el día de
hoy y esta noche y poseerás
el origen de todos los
poemas.»
―Walt Whitman―
Sé que al final de la vida
cuando haga recuento de las personas determinantes de mi existencia, sé que
difícilmente alcanzaran la docena, pero también sé que entre todas ellas, entre
todas las que habrán formado parte de la lista o del selecto club o del círculo
de lo íntimo y privado, sea el computo el que sea, por encima de todas ellas
siempre estará Alberto. Porque todavía a fecha de hoy cada vez que oigo
tintinear el móvil de conchas marinas, acompañado de otro, que es un ristra de
cascabeles de un blanco nuclear y que también en compañía de las conchas me
siguen avisando de que alguien acaba de apartar la cortina de mi hogar en Caótica,
mi cuerpo y toda yo recuerda con una fuerza y una lucidez sobrehumana a
Alberto, tal como le vi el primer día que entró en mi casa y en mi vida. Y, aun
sabiendo que eso es algo imposible, que no hay cachivache que permita volver a
un tiempo concreto del pasado, me gusta recrearme en la primera vez que lo vi.
Si ello sucede así, no es porque mi cuerpo sea un bicho raro sino porque tanto
mi cuerpo, como mi corazón y mi alma siempre van a amar a Alberto. Es una gran
verdad eso de que hay amores que duran toda una vida o más. Hace veintitrés
años que conocí a Alberto y recuerdo con total nitidez cómo, por aquel
entonces, al oír el tintineó de las conchas sabía cuando era él y cuando no. Lo
sabía con una certeza absoluta. Mi persona no albergaba ninguna duda y debo y
puedo decir, que jamás me equivoque. Y, lo sabía porque me embargaba, sin
proponérmelo, una alegría diferente y distinta a todas las conocidas. Al
conocernos, Alberto tomó por costumbre traer el desayuno a casa y desayunábamos
juntos. En aquellos desayunos me enamoré todavía más de él y él de mí. Me
fascinaba. De hecho, jamás ha dejado de fascinarme ni maravillarme. Con él he
aprendido todo lo que se puede aprender en una vida. Pues es un hombre, de esos
que lejos están de ser una persona aburrida, con las que al poco de conocerlas
se acaban los temas de los que hablar o los puntos en común o por los que
pierdes todo tipo de interés sin remedio. Él es un curioso como yo, al que le
gusta aprender como a mí. Y si mi amor por el dura a fecha de hoy, es porque su
amor por mí no tiene fisuras y él es uno de esos hombres que te lo dan todo,
que se vuelcan en ti, que no van con migajas. Y, cuando, con esos enormes ojos
negros que posee, me dijo: «Quédate conmigo el día de hoy y esta noche y
poseerás el origen de todos los poemas»; como si del mismísimo Walt Whitman se
tratase, ―ya que otra de las muchas cosas que descubrimos que teníamos en
común, era nuestro pasión por el poeta americano―, supe que yo no le soltaría
jamás. Y así se lo dije: «No voy a soltarte jamás.» A lo que me respondió
que él tampoco a mí. Y lo que podría haber sido una promesa fruto de las
primeras luces y fuegos del enamoramiento, se ha convertido en un voto que
posee la fortaleza de ese crecer juntos que llevamos desde hace más de dos
décadas. Sí, lectores míos, cuando observas a tu pareja sin que él te vea, y
dos décadas después, todavía eres capaz de decir con total convencimiento que
no vas a soltarlo jamás, es porque muy probablemente os habéis convertido en un
mismo ser. Un ser indisociable, donde no se sabe ya donde empieza uno y acaba
el otro; y has aprendido como diría Whitman que estar con aquel que más te
gusta es suficiente para seguir con la vida. Y ahora sé, como lo supe en 1994,
que en ese no voy a soltarte jamás, nunca estuvo en el ánimo ni en
la intención de ninguno de los dos que la vuelta atrás, es decir, que lo
contrario o recular fuese posible. Nos conocimos y en un segundo decidimos todo
un futuro, y nunca ha habido vuelta atrás, ni el deseo de que la hubiera. Pues
hay amores, que surgen con un flechazo y se consolidan en el tiempo, aumentan,
y para fortuna de los amantes no tienen vuelta atrás. Descubres con los años
que amar a una cierta persona es tu forma de estar en el mundo. Descubres que
de no haberla conocido, de no amarla, tú no serías tú. Es más, no intuyes ni
siquiera remotamente quién serías, pero es posible que puedas imaginar que
serías alguien tan distinto a quien eres ahora, que seguramente no te gustarías
al mirarte al espejo. Ahora, como hace veintitrés años, cuando me miro en los
ojos de Alberto me gusta lo que veo. Me satisface la mujer en quien me he
convertido viviendo la vida a su lado, sin soltarlo jamás, si soltarnos jamás
el uno al otro.
Deseo, lectores míos, que
en vuestra vida tengáis amores en los que la vuelta atrás sea un imposible,
gracias a todo lo bonito que os dan, gracias a que junto a ellos resultáis ser
una persona que si por algo resalta es por su honradez y su dignidad. Por ser
personas íntegras. Deseo para todos vosotros amores sin vuelta atrás.
Besos y abrazos a
tod@s.
María Aixa Sanz