Mi querida Priscila:
¿Cómo estás? ¿Cómo estáis? Te escribo para atenuar la
tristeza de estar tanto tiempo sin abrazarte, sin abrazaros, sin abrazarnos,
sin poder pasear por la calle central de Dawson City con la algarabía en el
instinto de los antiguos buscadores de oro. De manera que acabo el año pluma en
mano en este penúltimo día, teniendo cada vez menos dudas de que lo único que
desea el Universo para mí es verme de esta forma: engarzando una palabra tras
otra, contando historias, en definitiva,
sentada escribiendo bajo la atenta mirada de mi amado amor. Recordaras
que mi aventura como chef fue exprés, sonrío resignada. Fueron siete meses
dichosos antes de volar literalmente por los aires, vuelvo a sonreír, mi
querida Priscila. Siempre recordaré esa época como un tiempo feliz en el que la
fortuna me miró a los ojos de hito a hito, me sucede lo mismo con esos meses
como cuando recuerdo el largo verano que pasé con el hombre al que amo en
Portugal, aquellos meses de sol y alberca envueltos en una luna de miel impregnada
de fados y de amor del bueno en los que a los dos la fortuna nos miró a los
ojos de hito a hito y fuimos inesperadamente más felices de lo que pretendíamos
ser. Sé, mi querida Priscila, que jamás
voy a volver a cocinar a aquel nivel. Eso no va a volver a suceder. En el fondo
no me importa demasiado, al fin y al cabo, mi oficio es el de contar historias.
En cambio, lo de Portugal, no fue tan efímero como mis malabares entre fogones
pues el hombre que me ama está a mi lado. No hemos regresado a Portugal pero
otras lunas de mieles nos han abrazado en Berlín, en Múnich, en el Valle del
Silencio, y, por supuesto, en nuestro hogar en Manitoba. Lo nuestro es un
idilio sin secretos que viene de años ha. Permíteme el chascarrillo de que incluso
hasta Santa lo tuvo muy presente en esta Navidad dejando en el cesto de ratán
bajo la supervisión de Don Farol un regalo muy significativo. El hombre que me
ama lleva soportando con complacencia y sonrisa seductora desde siempre que me
adueñe sin permiso de sus camisas y de la parte superior de su pijama y Santa
que es muy dado a los regalos certeros y pertinentes nos regaló el mismo pijama
azul para los dos, concretamente, en formato pijama para él y camisón para a mí. Con
sinceridad te digo que me hizo tremenda ilusión. Te escribo todo esto a
colación de la pregunta de tu última carta a raíz de haber visto la película
‘A beautiful day in the neighborhood’, de la que también yo he disfrutado en
una de estas noches de Navidad. Me preguntabas cuánto hay en nosotros y en nuestro
carácter de las personas que nos han amado y aman. Casi todo, te respondo. Si somos
fruto de todo lo que nos pasa, de lo que vivimos y sentimos, qué decir del amor
que nos es concedido. Soy muy consciente de que la María que hoy te escribe sería
muy distinta de no ser amada por quien me ama, ese hombre amante, amador, honesto, natural sin artificios, vengativo, trabajador, elegante, sabio, brusco, alto, impetuoso, maestro, creyente, curioso, silencioso,
estratega, divertido, celoso, tranquilo, ganador siempre ganador, fiel a los rizos morenos,
elevado, sexual y guapo, muy guapo, biblia en mano, como escudo o talismán. Sí, sería muy distinta, tanto que a veces me
cuesta recordar quién era antes de él. Mi querida Priscila, te escribo en otro
rato pues me hago cargo de que el año toca a su fin en unas horas y debes de tener
muchas tareas entre manos.
Te deseo una buena caminata para la mañana del uno. Pienso como tú que comenzar el 2021 de ese modo será un magnífico inicio.
Luz e ilusión.
María Aixa Sanz
(La Madriguera, 30 de Diciembre de 2020)