Tercer domingo de Adviento. Enciendo la vela de la alegría. La tempestad continúa afuera en el exterior. Echo muchísimo de menos el camino y contemplar las colinas de Ngong. A veces, me escapo. Camino con dificultad sobre la nieve, con las raquetas, con los esquís de fondo, con lo que sea con tal de reencontrarme con ellas. Sonrío ampliamente al contemplarlas, llena de alegría como el que llega a casa. Seguidamente regreso a La Madriguera, satisfecha por la gallardía, por haber saciado mis ansias a pesar de la dificultad. Regreso al hogar donde en mitad de la rutina organizo o improviso cada día al menos una tarea que honre la Navidad. Día tras día las alegres tareas se suceden como una ristra de buenas vibraciones y buenos deseos. Comenzamos el tres de diciembre decorando La Madriguera, y a ese tres, le sucedieron los siguientes: ya sea, yendo a comprar un delicioso panetone; montando cuidadosamente y al detalle el árbol el día ocho (siempre el día ocho, como manda la tradición cristiana); cantando villancicos; comiendo turrón; pensando el menú de Nochebuena; ideando mesas; escogiendo manteles; compartiendo momentos entrañables y prenavideños con amigos al caer la tarde; eligiendo regalos; disfrutando al ver la sorpresa y la alegría en ojos amados al abrir los cajoncitos del calendario de Adviento; viendo películas en la noche al abrigo de un buen fuego con las lucecitas del árbol de Navidad como fondo; riendo, riendo mucho, alegres, porque la Navidad para mí se trata de eso, de que su espíritu, la alegría de vivir se manifieste (durante diciembre, con el Adviento) en cada uno de nuestros actos todavía más que el resto del año; recuperando antiguas recetas de galletas que huelen a licor y especias secretas; creando un centro de mesa como un altar al que adorar; escribiendo en el diario (mientras los ojos se están cerrando de sueño tras un ajetreado día ) con la ilusión del niño en víspera de Reyes; respirando, respirando Navidad; sintiendo, sintiendo la Navidad por los cuatro costados; soñando con bailes infinitos y eternos en pleno invierno cuando la estrella de Navidad a punto está de iluminar el cielo; contándole a Nuna un cuento que con ojos sinceros y atentos, escucha: “Esta es una fría noche de invierno. Junto al fuego, descansa María con su chiquitín en brazos. Las llamas menguan. La leña se acaba más rápidamente de lo esperado. Avivan las brasas. El calor en el pesebre desciende. José marcha en busca de leños. María tiembla con el Rey Dios en brazos. Pide ayuda al buey que profundamente duerme, y no obtiene respuesta: 《Buey, buey, enorme buey, ayúdame》. Pide ayuda a la mula que la ignora aletargada como está por el cansancio del viaje hasta Belén: 《Ayúdanos, querida 》. Pide ayuda al gallo que canta alto y altanero sin atender a otras voces, ni siquiera a la de María: 《Ayúdame, gallo querido 》. Aprieta contra sí a su niño. Cierra los ojos. Pide el favor de Dios. Abre los ojos. El trino de un pájaro la solivianta. Le da esperanza. 《Ayúdame, pajarito》. El pájaro alza el vuelo, se posa y vuelve a volar. Directo va a su nido. Lo deshace ramita a ramita. Lo deposita con cuidado sobre las brasas que son ceniza. María aviva el fuego con los rescoldos y las ramitas del nido. Pero no es suficiente. El pájaro bate las alas tan cerca, tan cerquita del fuego, que cuando éste en verdad prende, la llama quema su pecho y parte de su rostro. Pero incluso así, determinado y valiente, el pájaro no deja de aletear con tal de que el niño Dios entre en calor. Agradecida, María, con sincera alegría, petirrojo (pecho rojo) llama al único animal que (de entre todos) en verdad les ha auxiliado a riesgo de perder la vida. Y en ese preciso instante con el pajarito de pecho rojo y los descendientes que están por venir, una nueva especie natural, viva y hermosa es creada por Dios; símbolo de generosidad, valentía, bondad y alegría de vivir.”
¡Feliz Navidad!
María Aixa Sanz
(La Madriguera, 11 de Diciembre de 2022. Tercer domingo de Adviento)