Concederse el capricho, la
suerte de regalo que es ver amanecer o más bien abrir los cinco sentidos, abrir
todo tu ser, a esos minutos en que la noche se vuelve día es vivificante. Son
muchas las noches en que me levanto mucho antes de hacerse de día cuando el
hermoso silencio de la noche es abrigo. Ahora mismo mientras estoy escribiendo
estas líneas, ahí fuera solo hay kilómetros y kilómetros de silencio y
oscuridad, un silencio que me acompaña, un silencio en el que yo me siento
particularmente cómoda, aun así siempre he sentido querencia por ese instante
en que descubres que el sonido de la noche ha cambiado y aun habitando en la
misma noche, ésta ya se está despidiendo de ti. El sonido del silencio en ese
momento se amplía y recoge en sí mismo otros muchos sonidos, es como si la
bóveda celeste hubiese tomado altura y la noche entonces sonase hueca. En ese
punto siempre he tenido la sensación de que en esa hora las gentes estamos
metidas dentro de algo muy parecido a lo que es un huevo. Todo es frágil en esa
hora. Dentro del huevo rebota el silencio y pequeños indicios de vida van
abriéndose camino. En esa hora muchos seres vivos abren los ojos, la naturaleza
se mueve, sus habitantes también, para que al cabo de unas medias horas el
amanecer rompa la cáscara del huevo en el que la noche se había transformado y
se presente como lo que es: un milagro. Y, ahí, cuando la noche cambia de
sonido y la bóveda celeste sirve de amplificador y todo se vuelve frágil si
estoy en la cama me arrebujo con la colcha como si estuviese en un refugio en
el que nada malo me puede pasar y si ya estoy trajinando despierta con mis
cosas, disfruto del momento como el instante único que es. A menudo, me
encuentro a mí misma pensando en que la vida vale la pena solo por vivir
momentos como este. Ahora mismo acabo de vivir con los ojos abiertos de par en
par ese instante en que la fragilidad se torna valentía, en que la noche se
torna día, y, es ahora, cuando de nuevo sé, como lo sé con cada amanecer que de
la misma forma como con cada amanecer la vida nos da una nueva oportunidad a
nosotros insulsos y osados mortales, nosotros mismos debemos dárnosla también a
nosotros y a los otros, por ello, entiendo que es un error sacar de tu vida a
los seres que en verdad amas y te enriquecen. Pues cada persona al igual que tú
tiene sus particularidades y peculiaridades, y todas al igual que tú, se
merecen ser cuidadas, reavivadas, revividas, reivindicadas, redimidas,
conservadas y por supuesto, amadas. Así que sólo tengo que ser testigo del
amanecer para comprender por qué está en mi naturaleza el querer mantener a mi
lado erre que erre a la gente que en verdad me ha importado y me importa,
puesto que sé que siempre me van a importar. Y sí, cuando el día se instaura y
los primeros rayos del sol bañan el planeta Tierra, yo sé que lo más fascinante
de vivir es tener la gallardía de no soltarlas, de querer coger de nuevo y cada
día la mano de los otros sin importarte ni lo pasado, ni lo vivido, ni el ayer.
Yo sé que poseo esa gallardía, pues no concibo soltar a quién forma parte de
mí.
Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz