De la misma forma como
existen las cajas de seguridad, las cajas fuertes, las cajas de caudales o las
cajas de música, existen unas cajas para las que se debería buscar un nombre
muy especial, porque dentro de ellas, además de albergar objetos guardan
sentimientos y emociones y acaban siendo una caja llena de recuerdos o de
sorpresas. Y más allá del distinto tamaño que puedan tener o de los diversos
materiales del que estén fabricadas, los verdaderos elementos con los que se
elaboran son: el amor, la ternura y la complicidad. Conozco de primera mano
ejemplos de personas que crean cajas así: está Lorelai que como viaja tanto debido
a su profesión al no poder estar con Harold, ―su amor―, en el cada día, va
construyendo una caja con objetos que compra o que encuentra y que le han
llamado la atención y cuando tiene la caja a rebosar se la envía a Harold y
días después de habérsela enviado, le manda una carta donde le ha escrito la
historia y el significado de cada uno de los objetos que contenía la caja, con
el fin de que el contenido borre la distancia física que hay entre los dos;
está Irene que vive en un pueblo pequeño y que cada vez que se entera de que
una de sus vecinas está embarazada le preparara una caja repleta de cuentos
para niños de cero a tres años acompañado de algún que otro peluche para
entregársela cuando nazca su vástago; y luego están las cajas sorpresas, esas cajas
que últimamente están tan de moda y que pagas su contenido por anticipado al
adquirirlas sin saber que hay en el interior y que se asemejan tanto a los
sobres sorpresa de cuando éramos niños por los cuales abonábamos unas cinco
pesetas a cambio de una incógnita, y aun siendo conscientes de que tanto ahora
como en aquel entonces no deja de ser una compraventa, la sorpresa no te la
quita nadie como nadie puede decir que quien las ha ideado no lo ha hecho con
el ánimo de alegrarte el día; y cómo no, están las cajas de los ex, esos seres
que guardan en una caja todo los que les unió a su pareja y que aunque les
cueste admitirlo el valor sentimental del contenido les obliga a mirar la caja
de reojo para comprobar que está en su sitio cada vez que entran en el garaje;
como también existen las cajas donde una madre guarda los juguetes de sus hijos
para así asegurarles y asegurarse a sí misma que nadie les robara la infancia;
y por supuesto, están las cajas del tesoro que de críos escondemos en algún
lugar y que luego olvidamos y cuando de adultos las recuperamos de forma
inesperada reímos a gusto pues en ella habíamos puesto todo un mundo lleno de
fantasía e ilusión que regresa a nosotros en un instante como si no hubiera
pasado ni un día; y de este modo podría estar durante horas describiendo a saber
cuántos tipos de cajas con la certeza de que cada una de ellas está elaborada
con los mismos ingredientes.
Por ello, estoy segura de
que todos vosotros lectores míos tenéis vuestras propias cajas, como Alberto y
yo tenemos la nuestra. En los últimos años dado que Alberto y yo cumplimos años
casi que el mismo día, para ser más exacta: yo el día doce y él el quince del
mismo mes, por nuestro cumpleaños nos regalamos una hermosa caja que ha sido
construida por los dos durante el año que dejamos atrás. Alberto suele comprar
la caja una semana o dos después de cumplir años y habitualmente está fabricada a mano y es de material genuino, por tanto no es de extrañar que
sea una auténtica preciosidad que yo no veo hasta el año siguiente, ―aun
sabiendo que ya la ha adquirido―, porque sencillamente me la esconde. Pues
bien, con la adquisición de la caja nace todo, puesto que tras ello empezamos a
dejar en una gaveta durante el año todo aquello que tiene un significado digno
de un momento que debe ser recordado, ya que sabemos que en el futuro cuando lo
contemplemos nos hará viajar a una situación llena de dicha. A un momento de
nuestras vidas en que fuimos felices y al que siempre desearemos volver.
Comenzar a construir una caja es como dar el pistoletazo de salida al año, no
sabemos que nos va a suceder durante esos doce meses que tenemos por delante,
vamos a ciegas, pero os prometo que siempre encontramos detalles que cuando
llegado el momento por nuestro cumpleaños abrimos la caja y los depositamos en
su interior nos hacen sentir y constatar cuán afortunados hemos sido ese año,
por cuántas cosas debemos de estar agradecidos y dar las gracias.
Así que muy bien podrían
llamarse a todas estas cajas, no sólo a la nuestra, sino a todas las cajas que se elaboran con amor: cajas de la felicidad o por qué no, cajas de la esperanza. Pero
personalmente prefiero sin saber si es lo acertado o no, llamarlas cajas de
celebración pues con ellas de algún modo celebramos la vida. Ya que ellas son
el testimonio de cuán felices fuimos un día y con su presencia nos advierten de
que siempre tendremos alguna razón por muy pequeña que sea para volver a serlo.
De modo que como no tengo ni idea del nombre apropiado que deberían tener: lo
dejo en vuestras manos, lectores míos, presintiendo que si tenéis alguna de estas cajas sabéis
de qué hablo.
Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz