Recupero a través de una fotografía (que salta a mis ojos desde su marco en La Madriguera) el recuerdo de cuando uno de mis dibujos fue elegido para trasladarlo al muro exterior del colegio. En la imagen estoy delante de ese muro, tengo nueve años, y acabo de copiar a escala (no sin bastante dificultad por los relieves propios de la pared) el dibujo, otros compañeros han comenzado a pintarlo, o más bien, a rellenar con pintura los distintos elementos que acabo de dibujar. Llevo puesto sobre mi ropa un jersey de mi madre. Mi vestimenta habitual de trabajo, entonces y ahora, comprende (las más de las veces) alguna pieza extra, particularmente grande, de otra persona a modo de sobretodo. Desde niña tengo la costumbre de ponerme prendas de otros que me están grandes. Me sé a gusto con ellas, pues me figuro en un continúo abrazo que me hace sentir bien. Sin embargo, en la fotografía mi atuendo no se queda sólo ahí, va más allá (de manera incomprensible) y lo completa con el fin de protegerme de la lluvia, un funda de plástico, de las que se utilizan para guardar abrigos en los armarios de una temporada para otra. Lo recuerdo como si fuera ayer por lo ridículo de la idea. Cierto es que chispeó un poco, que cayeron menos de cuatro a gotas. Pero en ningún momento se formó una tormenta que llevase a pensar que tendríamos que refugiarnos bajo techado en caso de lluvia, y aún así, a alguien se le ocurrió impermeabilizarnos de ese modo, o, más bien, embutirnos como salchichas. Y, ya, lo del cinturón hecho del mismo plástico merece un capítulo aparte o ningún comentario. Decenas fueron las veces que en mi vida libre en Caótica me calé hasta los huesos, y ni por asomo recurrí a una solución tan incalificable. También es verdad que nunca me ha dado miedo mojarme, porque mojarse es crecer como tan acertadamente cantó en su día Julio Iglesias. Ni me lo daba en mi infancia, ni me lo da en la actualidad; al contrario, a veces tengo la necesidad de empaparme ya sea de lluvia o de amor. No soy de huir de lo que me hace sentir viva en la vida viva. Ni lo soy, ni lo he sido. Tras la pequeña digresión, regreso a la fotografía, concretamente, al día en que se realizó, pues guardo con enorme cariño el momento en mi memoria. En la misma medida, la hora, en que me anunciaron que entre un centenar de dibujos el mío era el elegido, como el día, en que tuve que copiar mi propio dibujo en el muro exterior del colegio. 《 Está en la calle. Lo que significa que los viandantes lo podrán contemplar por muchísimos años》, pensé. Y, en ese instante, fui consciente por vez primera en mi existencia de lo que era trascender mediante el arte. El hecho de que algo fruto de mi talento e imaginación obtuviese la consideración de terceros me otorgó una confianza desconocida. Hasta ese día el que crease dibujos e historias inventadas, escritas y encuadernadas artesanalmente (que tan vitales eran para mí), pensaba, era percibido como un juego de escasa importancia y nulo interés para el resto; y, de pronto, sin saber cómo aquel trabajo disciplinado e íntimo cobró vida hacia el exterior. Comprendí que lo que secretamente creaba, tenía valor para las gentes que habitaban el mundo. Y un profundo sentimiento de orgullo, de saberme útil me invadió. Lo recuerdo bien. Es más, estoy convencida casi cuarenta años después, de que ese día fue el día en que comencé a crecer y a defender con fe y gallardía mi espacio y mi tiempo para crear, como si en ello me fuese la vida. Lo cierto es que me iba. Visto lo visto. Afortunadamente, me iba. En numerosas ocasiones he contemplado esta fotografía. Siempre la he tenido al alcance, a modo de un compromiso con la María tímida y artista que en ella asoma. Humilde, sin querer destacar nunca. Con un grandísimo mundo interior lleno de creatividad e ingenio que la iba fortaleciendo, y por el que callada y sosegadamente, con toda su energía apostaba con seriedad. He sentido en cada ocasión al mirarla, pues me es imposible no sentirlo, un enorme respeto y admiración por la María de entonces. Por la fuerza interior que poseía. Por esa sonrisa que ya se intuía como una sonrisa de esas sonrisas imposibles de derrotar.
“Conforme a vuestra fe os sea hecho. Mateo 9:29”
María Aixa Sanz
(La Madriguera, 28 de Marzo de 2022)