Brotaron y se abrieron a La Madriguera las coquetas zinnias librándose en el tiempo de descuento de las fauces de Nuna. Floreció puntual júpiter el uno de agosto tras batallar con el oídio. Los pendientes de reina tras una explosiva y duradera floración sobrevivieron renqueantes a una patulea infecta de pulgón. Los árboles frutales hicieron lo propio con el minador. Y el infante níspero creció hermoso y latente a pesar de la severidad de la última helada, cuando todavía era bebé. Desde primavera y durante todo el verano la ingeniosa, dispar e inteligente naturaleza campa a sus anchas por el exterior de La Madriguera, y el libre albedrío de los seres que lo habitan cabalga unas horas alocado y febril; otras, sumiso y complaciente. El jardín que antes de marzo no existía como tal, se ha definido; y en estos meses, nos ha dejado ver su personalidad. Alegre y vanidoso ansía mostrar su belleza con cada amanecer y busca irremediablemente la sorpresa y la admiración al pasarle minuciosa revista. La diversidad de flores con sus llamativos colores lo ensalzan. Los árboles lo enmarcan y remarcan. En él, lo extraordinario se convierte en ordinario y la vida se impone sobre todas las pequeñas batallas que se libran. Para él (que ya le cogió el tranquillo a ser paraíso en la tierra, selva de La Madriguera, bosque entre márgenes, morada y parque de atracciones de pájaros, edén de mariposas) sus rutinas son como coser y cantar; para nosotros, largo ha sido el aprendizaje, y no una broma ni un juego la inversión en horas. Personalmente, me llama poderosamente la atención su frondosidad. El contraste con el vacío de antes. Me satisface comprobar que la vida que depositamos en él se ha quintuplicado, maravillándonos. A esta altura del año sé que ha sido un buen semestre para el jardín, como lo está siendo para mí la primavera del verano que resulta ser agosto. Con el octavo mes no sólo han regresado las noches blancas y los mediodías radiantes con sus tardes tormentosas, también he recuperado escribir sin detenerme, las lecturas en el porche, los amaneceres con bebidas calientes, las noches con edredón, la cocina sin asfixia, la manga larga, el frío en los pies, la sonrisa en los labios cuando mi mirada se detiene sobre las colinas de Ngong y descubre la niebla que precede al aguacero, el camino con la lluvia ganando terreno, la dicha de caminar con el viento en la cara y envolviéndome el cuerpo, la oración a mi Dios en la tenue fría luz del alba cuando los pájaros despiertan al día. Ahora que el genial agosto termina, mi cuerpo y mis sentidos, se desperezan porque expectantes anhelan vivir en primera persona y en armonía lo maravilloso de los meses que están por venir. Sin ninguna duda saben que es de hoy en adelante cuando comienza lo bueno. No hay un se acabo lo que se daba con agosto. Al contrario. El genial octavo con su fin regala una promesa mágica, repleta de fe y felicidad. Anuncia que la mejor época del año está a la vuelta de la esquina. En correr un poco septiembre será hora del espectáculo, de la función que gusta protagonizar, será el turno de agradecerle a Dios con gestos de celebración, además de con pensamientos y palabras, la cosecha que es en sí misma la vida. Y yo, muchachita en el corazón, mujer en el espejo, con la misma ilusión y honestidad de siempre, en el aquí y en el ahora, en este treinta de agosto y en este diario natural, en negro sobre blanco vuelco el primer gesto con el que todo continuará. A mi modo, empieza la celebración.
María Aixa Sanz
(La Madriguera, 30 de Agosto de 2021 )