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jueves, 3 de septiembre de 2020

LA BELLEZA DE LO INNEGOCIABLE ~ (Texto Segundo)



Te sonrojas cuando escribo sobre ti. Me dices, desternillándote, que te deje en paz, que nunca has deseado ser literatura, que eres un hombre corriente, el que me ama, -me subrayas-, piel con piel, cuerpo a cuerpo, día a día desde hace décadas, que no te van las florituras ni las epopeyas, que te desvela leer el amor que siento por ti hecho palabras, que con 'Sol del Medio Oeste' tu inexistente vanidad ya quedó satisfecha. Sé que sabes que lo sé, pero desconoces del todo cuán maravilloso resultas a mis ojos y a los ojos de la gente que tiene la fortuna de conocerte. Es esa humildad tuya; ese trato honesto y afable con tus coetáneos; ese vivir en tu mundo y hacer del mundo un lugar mejor para los dos; es la pasión, el detalle y el entusiasmo con el que emprendes cada tarea; es tu nobleza y tu caminar de frente sin dobleces; lo que hace de ti un ser único. Eras cuando te conocí un muchacho honrado y bueno, te has convertido con los años en un hombre honrado y formidable. Y es muy difícil no sucumbir en hacer de ti literatura, en serio te lo digo. Sé que a regañadientes me lo permites y en este año más. Mi accidente fue una hecatombe para ti y te convertiste en mi fortaleza desde el minuto uno. Has sido, Alberto, mi aliento. Y soy consciente de tu alegría ante mis progresos. Es como si fueses conquistando trechos en la ascensión de tu montaña más particular. Tu mirada esperanzada, atenta, llena de mí, de nosotros, es mi sostén. He leído en tu rostro la satisfacción y el orgullo con cada avance en mi reconquista de la vida cotidiana y he disfrutado con tu felicidad cuando has visto que recorría primero trescientos, luego seiscientos metros, un kilómetro y desde hace unos días, dos. Estás siendo cómplice en esta especie de milagro que es poder caminar de nuevo, aunque sea temporalmente con el apoyo de unos bastones. Me recalcas que no es un milagro sino que es el resultado de todo el trabajo que he realizado en estos meses. Pero para mí, Alberto, lo es. El trabajo no es suficiente porque en cada recuperación hay una gran parte de algo que se escapa de las manos, llámalo suerte o sortilegio. Yo lo llamo milagro, puesto que levantar de nuevo la vista del camino y mirar el cielo, la naturaleza que me rodea, y dejar que los pensamientos vagabundos regresen a mí y ocupen mi mente, dándome una tregua, un respiro de los miedos que con un coraje digno de una guerrera estoy afrontando en este año maldito, lo es. Aun así reconozco, faltaría más, la importancia de la parte de trabajo y disciplina pero lo que marca la diferencia es el coraje que hay en el milagro, créeme. Coraje. La palabra siempre es coraje. Agallas para acometer. Quizás es el coraje lo que siempre te ha gustado más de mí. A veces, me lo susurras. Te sé junto a mí en todo momento en este caminar despiadado y terco. Te veo observandome con fe y respeto, conteniendo a ratos tus ganas de ayudarme. Veo tu mirada preocupada, atenta, ilusionada la mayoría de las veces. Siempre has estado loco por mí, como yo por ti, desde que nos conocimos a los veinte. Siempre has sido demasiado bueno conmigo incluso conociendo que yo nunca lo sería contigo. Al pensar esto último,  sin darme cuenta, me muerdo el labio y la sangre se derrama por mi barbilla. Siempre seré sangre de tu sangre, sin serlo. Este corte, lo sé, eres tú castigándome por mis pensamientos. Nunca te ha gustado que sea tan dura conmigo misma. Lo sé. Lo sé todo sobre nosotros. Sé lo que te gusta y disgusta de mí. Que fije mi amor por ti en la memoria del tiempo escribiendo, escribiéndote, convirtiéndote en narración, te disgusta. Pero por una vez no me importa disgustarte. Con la batalla que estoy librando han dejado de importarme muchísimas cosas, como también, las respuestas a ciertas preguntas. Me recupero a tu lado, te amo, vivo felizmente contigo y duermo pegada a ti, en el hueco de tu cuerpo; y, salvo eso, lo sabes bien, no hago nada que no me apetezca realmente hacer, ni dejo de hacer aquello que en verdad deseo realizar. Por ello, sé que esta noche acomodada en ti, en nuestro refugio verde, te escribiré, y suavemente, como si fuesen los primeros copos de nieve, una realidad, se deslizará entre frase y frase. La de que escribirte es mi forma de vivirte, que escribir sobre ti me acelera la vida, no sólo el corazón. Y en ese punto, al tomar conciencia de cuánto necesito poner por escrito qué eres tú para mí, te miraré y al mirarte brotará de mí el verso perfecto de Salinas,-tu poeta, nuestro poeta, el que tú me diste a conocer allá por el 1998-,《En donde yo te espero, sólo tú cabes》, y  te encontraré mirándome con esa sonrisa amplia, franca, dichosa que no sólo por la boca se te asoma, también la veré a través de tus ojos. Amo que sonrías también por los ojos, pensaré. Y adivinarás qué cavilo. «Idiota», murmurarás, porque me sabes mejor que yo a mí misma. Y entonces, como en un ritual, dejarás de lado el libro que estás leyendo, te colocarás las gafas sobre la frente, te restregarás el puente de la nariz con los dedos, odiándome de mentira, amándome de verdad, secretamente satisfecho, mientras yo me bebo una infusión caliente, apago la luz, cierro los ojos y duermo, duermo, duermo en tu abrazo y en tus brazos, en Manitoba y en sus atardeceres y en sus cielos. 


María Aixa Sanz ✒
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