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viernes, 22 de septiembre de 2017

OTOÑO Y HOGAR



«Sondeemos la tierra para ver hacia
dónde se extienden
nuestras principales raíces.
—Henry David Thoreau—



Cuando regresa el otoño y con él, el invierno, no puedo evitar tener la sensación de que he regresado al hogar. Si bien, el verano es el tiempo donde desaparecen los relojes, se derriten los paraguas, se difumina la línea que separa el día de la noche, convirtiéndose todo él, en la época donde se baila sin tapujos con la naturaleza y sus criaturas, se ríe con las puertas abiertas, se come fruta en cantidades ingentes, se lee a mansalva, se nada y te diviertes como si no existiera un mañana, provocando todo eso en nosotros un sentirnos ligeros como si nada importase demasiado o como si las ataduras no existieran, personalmente yo, ahora, desde hace unos años, ya, de preferir prefiero el otoño y el invierno con todas sus promesas y todo lo que conllevan. Prefiero la belleza serena del otoño y el invierno. Si el verano es alboroto, el otoño y el invierno son sosiego. El cuerpo y la mente necesitan del sosiego como del mismo oxígeno. En el sosiego descansan y se alimentan mejor, por ello, todo lo que nos sucede en ese estado toma forma, todo lo que hacemos arraiga, tiene su peso y su poso, llega a nosotros para quedarse. El otoño y el invierno son el orden, la simetría, el equilibrio, la regularidad, la armonía frente al desorden del verano. Es lo duradero frente a lo efímero. El verano es como estar de paso, el otoño y el invierno es quedarse. En julio tuvimos en casa a unos amigos que vinieron a visitarnos y uno de ellos en una de esas veladas infinitas nos hizo una pregunta que desde entonces estoy intentando contestar, con lo cual no es extraño encontrarme a mí misma en repetidas ocasiones meditando sobre su posible respuesta. Quizás, por ello, la formulo a todos mis conocidos, para seguidamente observar cómo se quedan pensativos. De modo, que no voy hacer una excepción con vosotros y por tanto en este momento os la traslado, lectores míos. La pregunta es la siguiente: «¿Dónde tiene un hombre su hogar: donde tiene su corazón o donde cuelga su sombrero?» Con sólo sopesarla unos segundos podréis constatar cómo tiene su aquel, como tiene su miga, aunque a bote pronto pueda parecer sencilla de contestar. Después de semanas de meditación y tras oír diversos razonamientos, me atrevo a decir que muy posiblemente son infinitas las respuestas como infinitos son los hombres. Lo ideal sería tener el corazón y el sombrero en el mismo lugar, pero nunca hay que dejar de lado la complejidad de la vida o cómo el corazón a veces con el paso del tiempo va troceándose y repartiéndose por distintos lares, componiéndose al final de todos ellos. Estoy casi segura de que como más años se tienen la respuesta es más complicada puesto que al ir a contestarla se valoran muchos más factores y se encuentran muchos más matices. O puede ser que yo esté totalmente equivocada y como más años se tienen la respuesta sea cuestión clara y rotunda de rápida solución. No lo sé. Lo que sí que sé es que tras haber reflexionado mucho, hoy por hoy, estoy en disposición de responderla sin riesgo a equivocarme ni de engañar a nadie ni sobre todo a mí misma, si contesto: que yo, es decir, la que escribe estas líneas, sólo me hallo en mi hogar cuando regresa el otoño y el invierno a mi vida. Es más, mi hogar está allí donde se encuentra el otoño y el invierno conmigo. Entonces todo resulta ser más confortable y reconfortante, todo puede llegar a ser perfecto. En ese espacio de tiempo que comprende el otoño y el invierno está mi hogar, y donde cuelgue mi sombrero o donde tenga mi corazón o partes de él se manifiesta como secundario o menos importante para sentirme bien.



Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz