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miércoles, 27 de septiembre de 2017

LA ABUELA PERFECTA



«Una mujer me espera, ella lo contiene todo, nada le falta.»
Walt Whitman


Siempre tiene fruta recién comprada de todas las variedades habidas y por haber con la que le gusta agasajarnos, esa es una de las tantas maneras que tiene de mostrar su amor y su generosidad; del mismo modo como tiene cientos de libros para que podamos leer en su inmensa biblioteca en la que predominan los libros grandes en tamaño, enormes en talento y hermosamente ilustrados que son su joya más preciada. Pasa horas enteras y eternas en la cocina con tal de que el estómago de quién visita su casa jamás pase hambre y coma como es debido. Siempre tiene un caldo para ti en tu hora más mala o una sabrosa ensalada cuando aprieta una ola de calor. Posee la piel más suave que jamás han rozado tus dedos, su color es saludable, toda ella huele a jabón, es guapa en esencia y de manera franca y sin artificios. A mí me gusta achucharla, abrazarme a ella, darle besos, demostrarle lo mucho que la amo. A menudo pienso que me gustaría que pudiese verse a sí misma a través de los ojos de quienes la adoramos, para que supiera a ciencia cierta el genuino amor que despierta en nosotros. Ella es una de esas mujeres que se ha hecho a sí misma, que siempre ha trabajado con minuciosidad, con amor por detalle y por y para los otros. Ahora con la sabiduría que le han dado los años y el aprendizaje extraído de sus propias experiencias hace que conversar con ella sea algo gratificante, ya que es como ir tejiendo un tapiz de reflexiones llenas de matices y sorpresas que a menudo te dejan boquiabierta. La vejez le sienta mejor de lo que ella presupone. Sí, la vejez le sienta bien, y su forma de estar en el mundo se va tiñendo de una especie de pasotismo que hace que tu amor por ella se convierta en locura. A ratos y siempre inesperadamente, en el momento menos pensado, ríe por algo que acaba de oír y lo inunda todo de felicidad. Me encanta su risa. Su risa es sana, es una risa que le sale de las entrañas y sin tapujos. Su risa la viste de sinceridad y la desnuda de todo prejuicio. Cuando ríe es como si se abriera una ventana a un mundo fantástico y quererla es algo fácil. Y cuando quiere desconectar del mundo escucha música y se aísla de todo y de todos, y tú la miras y en silencio desapareces, la dejas vivir a su aire. Pues dejarla vivir a su aire es el mayor tributo que le puedes brindar a alguien que te lo ha entregado todo. Y, ahí, en ese instante en que mis pasos desandan el camino andado y desaparezco para no molestarla, me doy cuenta de que se está convirtiendo en la abuela que siempre he querido tener y que nunca he tenido. Tuve una bisabuela, pero jamás he tenido abuela. Pero ella resulta ser la abuela perfecta. Es acogedora y suave, toda ella es amor, toda ella lo contiene todo, y a su lado nunca te van a faltar ni la fruta ni los libros, que es como saber, que junto a ella jamás te va a faltar ni el alimento ni el consuelo. Y ella, ese ser maravilloso, no es otra persona que mi propia madre. Lo que me lleva a pensar que quizá la abuela perfecta es nuestra madre cuando se convierte en abuela. Tal vez esa sea otra de las sorpresas que el tiempo nos depara. Lo desconozco. Pero sí que sé que de poder escoger una abuela, la escogería a ella. Mi madre se ha convertido en la abuela que nunca he tenido y es algo genial. Porque cuando me abraza lo hace desde lo más profundo de su corazón, desde su yo más honesto.


Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz