―Walt Whitman―
Siempre tiene fruta
recién comprada de todas las variedades habidas y por haber con la que le gusta
agasajarnos, esa es una de las tantas maneras que tiene de mostrar su amor y su
generosidad; del mismo modo como tiene cientos de libros para que podamos leer en su inmensa
biblioteca en la que predominan los libros grandes en tamaño, enormes en
talento y hermosamente ilustrados que son su joya más preciada. Pasa horas enteras y eternas en la cocina con tal de que el estómago de quién visita su casa jamás
pase hambre y coma como es debido. Siempre tiene un caldo para ti en tu hora
más mala o una sabrosa ensalada cuando aprieta una ola de calor. Posee la piel más suave que jamás han rozado tus dedos, su color es saludable, toda ella huele a
jabón, es guapa en esencia y de manera franca y sin artificios. A mí me gusta achucharla, abrazarme a ella, darle
besos, demostrarle lo mucho que la amo. A menudo pienso que me gustaría que
pudiese verse a sí misma a través de los ojos de quienes la adoramos, para que supiera a
ciencia cierta el genuino amor que despierta en nosotros. Ella es una de esas mujeres que
se ha hecho a sí misma, que siempre ha trabajado con minuciosidad, con amor por detalle y por y para los otros. Ahora con la sabiduría que le han dado los años y el
aprendizaje extraído de sus propias experiencias hace que conversar con ella
sea algo gratificante, ya que es como ir tejiendo un tapiz de reflexiones llenas
de matices y sorpresas que a menudo te dejan boquiabierta. La vejez le sienta
mejor de lo que ella presupone. Sí, la vejez le sienta bien, y su forma de estar en el mundo se va tiñendo de
una especie de pasotismo que hace que tu amor por ella se convierta en locura.
A ratos y siempre inesperadamente, en el momento menos pensado, ríe por algo
que acaba de oír y lo inunda todo de felicidad. Me encanta su risa. Su risa es
sana, es una risa que le sale de las entrañas y sin tapujos. Su risa la viste
de sinceridad y la desnuda de todo prejuicio. Cuando ríe es como si se abriera
una ventana a un mundo fantástico y quererla es algo fácil. Y cuando quiere
desconectar del mundo escucha música y se aísla de todo y de todos, y tú la
miras y en silencio desapareces, la dejas vivir a su aire. Pues dejarla vivir a
su aire es el mayor tributo que le puedes brindar a alguien que te lo ha
entregado todo. Y, ahí, en ese instante en que mis pasos desandan el camino andado y desaparezco para no molestarla, me doy cuenta de que se está
convirtiendo en la abuela que siempre he querido tener y que nunca he tenido.
Tuve una bisabuela, pero jamás he tenido abuela. Pero ella resulta ser la
abuela perfecta. Es acogedora y suave, toda ella es amor, toda ella lo contiene todo, y a su lado nunca te van a faltar ni la fruta ni los libros, que es como saber, que junto a ella jamás te va a faltar ni el alimento ni el consuelo. Y ella, ese ser maravilloso, no es otra persona que mi propia madre. Lo que
me lleva a pensar que quizá la abuela perfecta es nuestra madre cuando
se convierte en abuela. Tal vez esa sea otra de las sorpresas que el tiempo nos
depara. Lo desconozco. Pero sí que sé que de poder escoger una abuela, la
escogería a ella. Mi madre se ha convertido en la abuela que nunca he tenido y
es algo genial. Porque cuando me abraza lo hace desde lo más profundo de su
corazón, desde su yo más honesto.
Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz