de
su vida a partir de la lectura de un libro.»
—Henry David Thoreau—
En Desayuno en Tiffany's he descubierto una magnífica novela. Una
lectura provechosa. Un regalo sorpresa que la vida me ha hecho. Truman Capote
es grande. Pero en este momento de mi existencia lo es todavía más, porque
ahora puedo apreciar mejor y valorar en toda su magnitud tanto la calidad de su
novela, como los matices y colores que posee su forma de narrar. Al leer Desayuno en Tiffany's se han revelado
como una realidad de nuevo mis tres creencias favoritas. Una, que los mayores
placeres siempre resultan ser los inesperados; dos, que sólo se lee con
provecho, disfrutando de la lectura en toda su esencia cuando se ha vivido. Mientras tanto las lecturas sólo son una forma de matar el tiempo antes que
éste te mate a ti o un entretenimiento sin ninguna ambición, y ello no sucede porque lo leído sea de poca calidad y su autor no tenga talento, sino sucede
porque al lector le falta vida por vivir y carece de bagaje, de fundamento, es
decir, de la experiencia en primera persona con la que sacarle todo su jugo a
la historia que está leyendo. No exprimir una lectura es algo que ocurre
habitualmente en las primeras edades y en algunos casos incluso después,
entonces el lector tiene la tendencia a tildar de mala una novela sin ni
siquiera darse cuenta de que el problema está en él, al que le falta la experiencia necesaria para leer entendiendo y compartiendo, pues no comprende
lo que lee, no lo absorbe; aunque muy probablemente, en ese tiempo, todavía carece también de la agudeza
para formular ese pensamiento y además tampoco repara en que lo que para él resulta
ser una mala historia para otros será todo lo contrario, pues no hay novelas
malas, lo que hay lectores idóneos o no. Pues cada título lleva en lo más hondo de
sus entrañas a su particular lector y sólo deben encontrarse para que aparezca
la magia y surja de ella la comunión perfecta, la unión sin fisuras, la belleza
del equilibrio sin red. Y ahí se pone de manifiesto mi tercera creencia, esa
que me hace pensar, que los libros tienen una vida propia, unos hilos invisibles
que nos aproximan a ellos en el momento adecuado, cuando nosotros más los
necesitamos, por eso ese encuentro inesperado resulta ser tan placentero y su
lectura tan provechosa.
Lectores míos, ni aun
prometiéndomelo, voy a creerme jamás que nunca se ha cruzado inesperadamente en
vuestro caminar un libro que en esa hora os ha llenado de dicha, os aportado
consuelo, os ha hecho sentir afortunados e incluso os ha reconciliado con el
ser humano y el mundo.
No me mintáis, ni aunque
sea para llevarme la contraria, porque yo sé que sí.
Sé que os ha sucedido, y estoy segura que en más de una ocasión.
Sé que os ha sucedido, y estoy segura que en más de una ocasión.
Entonces, pues: ¡Brindemos
por todos los libros, y con ellos, por todas las historias que están todavía por llegar a
nuestras vidas!
Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz