Llueve. Llueve de continúo desde hace (puede) dieciocho o diecinueve días, quizás dieciséis o veinte. Una lluvia pertinaz, sin arrebatos. Llueve sin doler. Una lluvia, que sin ninguna duda, lleva en su propósito sólo el bien. Llueve como si jamás hubiese de salir el sol. Pero no es así. No va a ser así. La noche anterior a que comenzasen las lluvias de abril una grandísima aureola brumosa y decolorada rodeaba la luna. No me sorprendió verla, pero sí que pensé que no iba a parar de llover durante buena parte del mes. Al día siguiente con el amanecer llegó la lluvia como una hermosa canción que anhelaba escuchar. Desde entonces la contemplo con gratitud. Entiendo su importancia como alimento de la tierra que a su vez me alimenta a mí. Comprendo lo balsámica que ahora mismo está resultando ser para el mundo natural, y también, para mi espíritu, e incluso, para mi cuerpo. En estas jornadas hallo las bendiciones de mi Dios entre las gotas de lluvia en un camino que no ha sido borrado literalmente del mapa y en el que mi caminar no ha perdido del todo las mañanas. En estos meses de vida afuera en el exterior he descubierto que caminar bajo la lluvia libera mi espíritu, agiliza mi cuerpo y concentra mi mente. Y, lo hace, ya lo creo que sí. Entretanto en el interior de La Madriguera esa misma lluvia convoca en mí la inspiración como siempre lo ha hecho. Y, si bien, reparo en que las rutinas de antes de, no me sirven porque sencillamente yo soy otra; advierto que la costumbre, el hábito, la necesidad de abrir una página en blanco y escribir es la única rutina que en verdad necesito para que todo fluya en mi existencia. Nada consigue que me olvide de la materia de la que estoy hecha: palabras, historias, ficciones. Al contar, vivo. Escribir o morir. Caminar o morir. No hay mucho más. Oído cocina. Avisada estás navegante de aventuras dispares. Es tan fácil de comprender al prestar verdadera atención a mi respirar. Soy tan predecible. Tan fácil de entender. Abro el diario mientras observo como la totalidad del jardín está creciendo a palmos. Bajo la vista, y cuando vuelvo a mirar, lo descubro enorme. No es un efecto óptico, es consecuencia de la lluvia diaria. Plantas y árboles crecen, crecen y crecen. Aliso la página en blanco. Escribo. Él, al igual que yo, contempla la lluvia caer a través del ventanal. De pie, espera. Sabe mirar. Admiro lo paciente que es, la templanza con la que encara los vaivenes de la existencia, su calma silenciosa y certera. Al rato. Al bastante rato, deposita sobre mi mesa de trabajo un pequeño paquete envuelto con papel de regalo, me besa la coronilla, se abriga y sale afuera a pasar revista al jardín. Sé que al desenvolverlo voy a encontrarme con algo que el hombre que me ama desde hace cien o dos cientos años y al que amo desde hace un siglo o dos considera fundamental para mí, necesario en este momento. Valoro si abrirlo inmediatamente o si por el contrario reservarlo para después, y terminar antes de escribir la entrada de este último lunes de abril, la primera tras las vacaciones de la Pascua de Resurrección. Valoro y decido. El regalo forma parte ya del texto que estoy escribiendo de modo que rasgo el papel. A la altura de esta frase, rasgo el papel. El papel de los regalos debe romperse siempre sin miramientos. Es la felicidad de lo momentáneo. Y, como por arte de magia, aparece un pequeño libro cuya historia no he leído. Él, sí. Él que es sol en mi lluvia. El libro (La feria de las tinieblas de Ray Bradbury) es una de sus novelas preferidas porque según él va con su carácter, con su forma de ser. Lo abro. Leo las primeras frases, los primeros párrafos, las primeras páginas. Me resulta maravilloso. Me basta para intuir que esta historia encontrará buen acomodo en mí porque también va con mi carácter, con mi forma de ser. Dejo lo que estoy haciendo. Me arrellano en el sofá a leer ficción. ¡FICCIÓN, ficción! Disfrutando con la lectura, como antes de.
“Y, después de que ustedes hayan sufrido un poco de tiempo, Dios mismo, el Dios de toda gracia que los llamó a su gloria eterna en Cristo, los restaurará y los hará fuertes, firmes y estables. Pedro 5: 10"
María Aixa Sanz
(La Madriguera, 25 de Abril de 2022 )