El primer domingo de Adviento quedó atrás y a pocas horas de que diciembre se presente y vista de gala los hogares cristianos, en La Madriguera las mesas están ideadas y los regalos listados en la carta a Santa Claus. Noviembre (como escribí en el diario natural en la entrada del día veintidós) ha sido un mes potente que me ha dejado dádivas en los márgenes del camino en forma de recompensas, emociones y libertad. Y, noviembre, también ha sido el mes de idear las mesas a levantar en las próximas semanas. Me gusta utilizar el verbo levantar para referirme a montar una mesa, ya que en mi mente es una construcción que se alza, se levanta sobre un mantel hacia la boca y el bienestar del comensal. Tres mesas he pergeñado para esta Navidad. Una que montaré el cuarto domingo de Adviento y que será la que nos llevará en volandas hasta la Nochebuena, donde brillará la segunda, para dar paso a la tercera, el día de Navidad. No es poco trabajo. Una buena mesa no sólo requiere de un maravilloso mantel escogido con mimo, también demanda de menaje y adornos elegidos en concordancia al mantel, y al color que se desea resaltar, que servirá de hilo conductor para lograr el conjunto deseado. Ahora, con todo guardado en el gran mueble de La Madriguera, respiro aliviada. Hacerme con las tres composiciones me ha llevado buena parte del mes, y hoy (último lunes de noviembre) me he visto a mí misma (por primera vez en muchos días) libre para regresar a mis rutinas. En este momento sentada frente al diario del discurrir, me doy cuenta de que por no caer en la repetición (lo que me da bastante repelús) idearlas y levantarlas me ha supuesto tirar del ingenio como nunca antes. Mi costumbre de huir de lo mediocre me exige mesas de Navidad diferentes para años distintos. Algo, bastante lógico, en mi modo de entender la existencia. Recuerdo con ternura el momento en el que mientras me encontraba inmersa en el proceso de conformar la mesa idónea que no ideal, vino a mi mente una escena de una de mis historias vivero. ¿Qué es una historia vivero? Son historias que escribo y en vez de ser publicadas nutren ya sea con personajes, escenas, ambientaciones, colorido, diálogo, ideas y reflexiones las que sí que se publican en forma de novela. Son el semillero desde donde en más de una ocasión brotan las otras. No es un truco o una martingala de esta escritora, son donde transcurren mis horas cuando nadie me ve. Me refiero al lugar donde estoy, en el que escribo, en el que soy absolutamente feliz y me siento ligera como la brisa, cuando terceros pueden llegar a pensar que estoy de brazos cruzados o que he dejado de escribir. La realidad es que escribo de continuo ya sea en novelas, en ensayos reflexivos vivos y naturales, en diarios o en historias vivero; puesto que es lo que hace el auténtico contador de historias, aunque no publique de seguido. Y, ahora, regreso al punto en que en mitad del trajín se presentó ante mí una escena a la que guardo un enorme cariño, pues pertenece a una historia vivero cuya escritura fue una aventura realmente hermosa. Al recordarla me sentí agradecida y bendecida por haberla podido imaginar, desarrollar y contar, y pensé que navideña como es, podría muy bien, rescatarla de las páginas vivero, y llegada la hora, transcribirla en este diario como un maravilloso modo de celebrar la Navidad. Así que busqué la escena y, si bien, mejoró el recuerdo que tenía de ella, comprobé que era imposible de trasladar por su extensión. Necesitaría algo más de diez entradas, es decir, un cuarto de diario. Desconcertada me preparé una infusión, pensando en qué hacer. Decidí al rato bosquejarla con grandes trazos, resumirla a más no poder en este diario, y aun consciente de restar con ello el hechizo de la historia bien narrada, pensé que algo de su magia y de la luz de Navidad que la impregna acabaría traspasando el papel. La escena transcurre en el pueblo imaginario de Bob, en la Nochebuena. Unos minutos antes de las doce los habitantes de la población se reúnen en el claro del bosque, pues ha corrido la voz de que una sorpresa les aguarda de la mano de una familia de errantes. Cuando llegan al claro constatan cuán de cierto hay en el aviso, ya que en su centro se halla un enorme armario de roble iluminado por un gran foco. Parlotean y anhelan no saben el qué, pero son conscientes de que alegres están. Expectantes se descubren cuando las puertas del gran armario se abren y muestran sus estantes vacíos. Realmente sorprendidos se encuentran al ser una escalera apoyada en él y una niña vestida de blanco ascender por ella. El asombro les invade cuando el gran foco se apaga y el latido de su corazón acelerado por la súbita oscuridad les rebota en los oídos. La piel erizada por la esperanza notan cuando llamitas como lucecitas ven. Confiados se mantienen al entender sin comprender que es la niña encendiendo progresivamente decenas de cabos de vela dispuestos en el interior del armario. Y, de pronto, como si una mano invisible hubiese pulsado un interruptor, el armario es luz en la oscuridad. Dichosos se buscan con los ojos. El júbilo les recorre el cuerpo y les calienta el corazón. Ríen y bailan contentos. Es medianoche. Es Nochebuena. El Niño Rey acaba de nacer.
María Aixa Sanz
(La Madriguera, 29 de Noviembre de 2021 )