Según el clima o según en que posturas la inspiración llega rodada. A veces tengo la sensación de que se abalanza sobre mí. Entonces debo dejar de lado lo que estoy haciendo para ocuparme de ella. Niña malcriada, muchacha caprichosa, mujer decidida, vieja de armas tomar. En el lunes de hoy se presenta cuando estoy repasando mentalmente, es decir, haciendo memoria sobre lo que guardan las cajas de Navidad que tengo en un altillo de uno de los armarios. Confieso llevarme una sorpresa cada vez que recuerdo algo de su contenido. Los objetos saltan a mi mente y yo murmuro sorprendida: 《¡Ah, oh, ey!》El otro día conversaba con Alberto sobre la importancia que los objetos tienen para mí, sólo ellos tienen el poder de convertir la realidad en más real, si cabe. Son ellos los que nos recuerdan que nuestra vida no ha sido una ensoñación, ni es un sueño. Son los objetos los que nos permiten recordar al abrir los ojos con cada amanecer que existimos y que nos habitan más allá de nuestros pensamientos y cuerpos. En este instante, tal como escribo esta entrada en el diario del discurrir, al reflexionar sobre los objetos no puedo no relacionarlos con los símbolos. Quizás porque en las últimas horas he estado enredando con mi propio regalo de cumpleaños, aunque hablar de él en ese término es errar. Explico el porqué. Desde el año pasado no me regalo nada por el día de mi cumpleaños, los regalos del año a estrenar (si existen) llegan a mí desde otras manos, lo que yo hago desde el año pasado es regalarme el día anterior un objeto que simbolice o resuma el año que finaliza con ese día. El año pasado me regalé un objeto que al mirarlo agradecida me recuerda cada día la gran fortaleza que demostré tener a lo largo de los meses del veinte. Y, ayer, enredé, bueno, guardé en una caja el regalo envuelto que será Dios mediante dentro de dieciocho días (el once de noviembre) el símbolo de la vida viva y las ganas de vida que he experimentado a lo largo del veintiuno, y la bendición que ello ha significado para mí. Si el del veinte simboliza, fortaleza; el del veintiuno, simbolizará, vida. Y, ahora, disimulando un poco por no revelarme a mí misma qué es, obligo a la inspiración a dirigir sus pasos por otros derroteros. Pero, incluso así, ella sigue erre que erre, puesto que también fue ayer cuando tras guardar el regalo “secreto", mientras montaba la mesa de otoño como cada domingo, para celebrar el día de nuestro Señor, vi pasar a Alberto con un paquete envuelto. 《Ajá 》, me dije. No pude adivinar de qué se trataba, eso sí, su gran volumen me desconcertó. Intuí que estaba enredando como yo con el regalo de mi cumpleaños, y, supe que había cruzado adrede por delante de mí. Fingí no haberlo visto, pero no podía disimular la risa, pensé que en ese momento me estaba comportando como la niña malcriada, la muchacha caprichosa, la mujer decidida, la vieja de armas tomar que es la inspiración. Y, también, pensé porque lo conozco y me conoce que durante la comida Alberto disfrutaría divertido observando cómo me mordía la lengua, cómo de duro me resultaría dejar de ser yo para fingir que no sabía lo que sabía. Veinte días, pensé mientras me decidía por unos servilleteros en vez de por otros. Veinte días para averiguar qué objeto ha escogido el hombre al que amo y me ama, quien me sabe como nadie y me define en mi verdad. Veinte días para saber si es refugio cálido o aventura en plena naturaleza, el símbolo escogido por mi gran amor. Hoy, un día después, escribiendo estas líneas la sonrisa todavía asoma a mi rostro como una novia asoma tras el visillo para contemplar la llegada del hombre que la ha elegido. Hoy, en esta tarde, antes de cerrar el diario, mi corazón baila contento porque tantos años después el enamoramiento y el amor van aún de la mano. Hoy, en esta hora del último lunes de octubre, con el alma sincerándose llena de gratitud puedo escribir que la eternidad en mi vida tiene el rostro, la voz y la forma de ser de Alberto.
Y cierro entrada en el diario y mes.
María Aixa Sanz
(La Madriguera, 25 de Octubre de 2021 )