«Tenía que decidir ser una
persona que prefería
el pato ahumado al queso en lonchas, y al decidirlo
se
convertía gradualmente en esa persona.
Lo que el sándwich de queso representaba
era
lo cómodo, y verlo de ese modo fue como pisar un avispero.»
―Rachel Cusk―
Date de comer: Esa es la
primera lección que se nos es entregada, la primera que debería ser aprendida,
y aun, si bien nos es dada al nacer, somos incapaces de hacerla nuestra hasta
mucho tiempo después sí acaso. Alimentar es el principio del amor. Es la primera
forma en que conocemos el amor. Por tanto, alimentar debería ser el eje
vertebrador de nuestra vida, porque nos permite poner los pies en la tierra,
asumir quiénes somos y sobre todo detenernos en lo vital. Necesitamos
detenernos. Necesitamos alimentarnos. Necesitamos detenernos para alimentarnos.
Tomarnos el tiempo para alimentar a los otros y alimentarnos a nosotros.
Necesitamos volver a hacer las cosas de una en una. Nadie puede ser feliz si no
saborea y vive el momento en que algo sucede, tomando conciencia de que no
volverá a existir de esa misma forma nunca. Cada momento es irrepetible. Por
muy modestos, parcos y fútiles que nos parezcan, todos son irrepetibles y
únicos. Y preparar alimento, cocinar, es uno de esos momentos. Hay una
parsimonia, un detalle, un orden en el cocinar que eleva el acto a lo
trascendental, porque sencillamente, preparar el alimento que has de tomar o
que has de ofrecer es estar prorrogando tu vida y la de los otros. Si necesitas
alimentarte para vivir al menos hazlo bien. Si es menester alimentarse; si, sí
o sí, es algo que debemos hacer pues hagámoslo lo mejor que sepamos y podamos.
Porque lo contrario, la indolencia, la pereza, la indulgencia y la
autocomplacencia a la hora de alimentarnos y alimentar dan la medida de la
clase de personas que somos. Si me quiero a mí misma o a los míos tan poco como
para no tomarme en serio el alimento y creo que da lo mismo comer una cosa u
otra, si estimo que una comida prefabricada y elaborada en serie me vale, estoy
retratándome a mí misma como a alguien de poco valor. Si no doy valor a
alimentarme, ―la única condición para mantenerse vivo―, ¿por qué debería vivir?
¿Qué clase de persona soy? Debo confesaros que desde el instante en que esas
preguntas se plantaron delante de mí, todo cambió, como también cambió mi
percepción y mi concepción sobre cocinar y la cocina. Y lo que nunca debería
haber olvidado como la primera lección de amor que recibí al llegar a este
mundo, se transformó en un acto no solo de amor, sino también de desentenderme
del run run y del trajín del mundo y de los quehaceres cotidianos para
concentrarme en algo tan importante, espontáneo, natural y esencial cómo
alimentar y alimentarme. Si cocinar es poner orden a una serie de alimentos
para conseguir otro, si es una tarea que a mí personalmente me relaja y me
destensa, si es el medio para ir prorrogando la vida día a día sobre la faz de
la Tierra, también es, o más bien es, para mí y para muchos, el más puro y
auténtico modo de dar amor, de ofrecer amor, de hacer el amor y de regalar amor. Por ello, porque hay que ser muy consecuente con la vida que llevamos, mi
consejo, lectores míos, para este día de finales de julio es: da alimento, date
alimentos, da amor, date amor. Ya que ese será el tiempo mejor empleado, pues
el tiempo, las horas, los minutos, los segundos no son oro, son amor. El tiempo
verdadero se mide con el amor que nos ha sido dado y con el amor que somos
capaces de dar y damos; no hay, mal que nos pese, otra medida que sirva para
medir la calidad de nuestra vida.
Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz