.

lunes, 10 de octubre de 2022

10 de Octubre ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾


En este instante de la tarde del segundo lunes de octubre oigo a lo lejos desde el porche las voces bajas que trae consigo el viento antes de alzarse. Respiro. El aire picante del otoño, su olor dulzón y especiado me inunda todos los sentidos a través de las fosas nasales. Ahora respirar es algo distinto. Nuevo. Liberador. No siempre ha sido así. En uno de los primeros días de agosto, después de comer y tras jugar una buena media hora con Nuna, nos besamos con tanta pasión que noté como mi nariz se desplazaba a la izquierda y comprendí que mi amada niña de cuatro patas fortuitamente con un cabezazo (de schnauzer gigante de sesenta kilos) me la había roto. En segundos dejé de respirar y la sangre me cubrió parte del rostro y las manos. El dolor vino después cuando la sangre se detuvo y comencé con los minutos, poquito a poco, a respirar de nuevo. Aun así no me preocupó demasiado. Pensé que en comparación con el dolor soportado en los últimos años por el accidente, una nariz rota no era nada del otro mundo. Horas después en urgencias del hospital intuí llena de gratitud que Nuna me había hecho una rinoplastia limpia y perfecta, sin necesidad de una intervención programada, ya que respiraba como nunca lo había hecho antes. Además externamente mi narizota seguía en su sitio, cierto que de manera exagerada y con el tabique desplazado, pero no para (con el tiempo) requerir la ayuda de un cirujano plástico. 《Respiro. Respiro sin ningún problema. Esa es la utilidad de una nariz. Todo irá bien. Soy hija de Dios》, me dije. Y todo fue bien. Todo está bien. Respiro. Gracias a Dios, respiro. La nariz cumple con su finalidad y el tapón que notaba de continuo en su interior desapareció con el golpe. Las cuatro y doce de la tarde. Dejo tras de mí el porche, entro en La Madriguera, y me siento a escribir en mi mesa de trabajo. Existir es extraño. La vida instintivamente nos lleva del dolor a la alegría, de la tragedia a la gratitud, de la muerte a la vida y de la vida a la muerte. No sólo debo agradecerle a mi peluda esta renovada y magnífica forma de respirar, también le agradezco el haber podido contemplar por primera vez mi cráneo, mi cabeza, desde otra perspectiva. Fue tan grande la alegría que me causó tener su radiografía, poder (desde fuera) ver en un nítido retrato el espacio donde nacen todas las historias de la contadora; el primer lugar, donde palabra a palabra se escriben las novelas, los diarios y cada uno de mis textos; y, donde los pensamientos vagabundos toman forma; que le pregunté al traumatólogo si podía quedármelo para enmarcarlo. Asintió, no sin mostrarme su cara de asombro antes de sonreír. Lo descoloqué con mi petición. Recuerdo en este punto a Denys, las veces en que me ha confesado que tiendo a descolocarlo, y sonrío. Unos días después con la nariz hinchada y adormecida, la frente y los dientes doloridos, los moretones de debajo de los ojos (característicos de una nariz rota) a modo de pintura de guerra y mi retrato metido en un sobre, Nuna y yo subimos a la camioneta, y nos fuimos a buscar y comprar el marco ideal para enmarcarme. Desde entonces, confieso que son más las veces que me miro en él que en el espejo, y, en incontables ocasiones, frente a él me oigo decir: 《Ahora lo sé 》. Reparando en que ese "ahora lo sé" no se refiere sólo a que ahora sé qué siente el protagonista o el secundario de una película cuando le rompen de un puñetazo la nariz. No. Ese "ahora lo sé" encierra la inmensa experiencia extraída del coste de vivir, sobre todo de la dureza de estos desafiantes años veinte; y, también revela (quizás) lo más importante: el que por fin, alejada de todo ruido, sé quién soy y por qué soy como soy, cuáles son mis deseos y voluntades y cuáles no, por lo qué bien vale esforzarme y por lo qué ya no, y, a quién y qué amo y a quién o a qué no. En definitiva, ese “ahora lo sé” me descubre a la María actual, a la veterana de guerra, y la amo y en ella me reafirmo. Una y mil veces. La abrazo hasta no poder más, hasta que la luna descienda de los cielos. Como Denys me abraza. Denys que siempre creyó y cree en mí por encima de todas las cosas. ¡Ay, mi nariz rota! En veinte días sanó. Tengo una muesca más en mi haber. Me detengo en la lección aprendida. La que enseña que la vida nunca se detiene, que nos destroza mientras Dios nos cubre de bendiciones y de amor. Por ellas, por las bendiciones y el amor, lo que sea menester. Qué nos desgarre la vida, qué nos arranque la piel a tiras hasta llegar a viejos cuando no sirvamos ni como relleno de un salchichón. Lo que sea, con tal de no morir jóvenes dejando un bonito cadáver. Eso sí que es una faena, y no, las muescas por el coste de vivir. 



María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 10 de Octubre de 2022 )