En mitad del verano, en algunos días del mes de julio, tomé por costumbre salir al jardín tras recoger la cocina. En esa hora dorada de después de comer, salía y desenrollaba la manguera para convertirme en lluvia fina en plena ola de calor. Era mi manera de devolverle al jardín lo que me daba. Además me divertía encontrarme con el hado del arcoíris. Lo confieso. Incluso lo buscaba. Secreta e intencionadamente lo buscaba. Por sorpresa aparecía al rato de observar mis trajines en la zona de las hortensias, en el sur del jardín, y dibujaba a dos palmos del suelo, entre el follaje de las plantas, un arcoíris de unos veinticinco centímetros de ancho que de tan cerquita como lo tenía lo podía tocar. Hoy lo recuerdo con una gran sonrisa en los labios. Contenía tanta magia el momento que me es imposible no hacerlo. Sonrío hoy porque en aquellas tardes también lo hacía. Sonreía ante la sonrisa del jardín. Eso era exactamente para mí el hado del arcoíris, era el jardín sonriéndome mientras el aire caliente del verano me soplaba en el rostro. Ahora con un pie en el otoño y el otro abandonando la estación cruel del estío no voy a confesar que sé que no había ningún hado. Nadie debe esperar una confesión de esa guisa por mi parte. Si en un futuro alguien se asoma descaradamente y con acierto por mis diarios que no espere leer en ellos algo en lo que no creo. Existe la magia, los hados y las hadas, las corazonadas y el instinto, la fe y mi Dios. De hecho, es lo único que hace soportable las desdichas, lo que hiela la sangre, las miradas vacías, los corazones negros y el frío en el hogar. ¿Cómo no ha de creer quien se dedica a contar, a plasmar en negro sobre blanco los pensamientos vagabundos convertidos en historias? No exagero al afirmar que en lo peor del verano notaba el bochorno de la jornada más llevadero cada vez que me sentaba a escribir y todo mi ser se adentraba en lo literario. Me viene a la mente una tarde en que no hallaba alivio en ninguna postura, el calor era molesto como la más terca de las moscas, y la imaginación no cobraba altura; y, si lo hacía, perdía altitud como la avioneta a la que se le avería un motor. Ante tal panorama sólo tenía dos opciones: o tomarme un helado y desistir de escribir, o aventurarme en una expedición hasta hallar un lugar propicio para que los pensamientos y la imaginación camparan a sus anchas y me permitiesen hacer mi trabajo. Opte, por lo segundo. Descalza y arrastrando media docena de cojines y la colchoneta de una hamaca recorrí la finca de La Madriguera buscando una ubicación en la que el viento soplase literalmente a mi favor. La encontré debajo de los nidos de las golondrinas, junto a las canas indicas, en el margen del camino que va en dirección a las colinas de Ngong. Me senté a la sombra, en una esquina del mundo que olía a menta y a hierbabuena, donde el bochorno se convertía en brisa y la brisa en caricia. Improvisé un escritorio y a la faena me puse. Pensé, imaginé, me dejé llevar, ficcioné, escribí, creé el borrador de una buena historia. Casi que al final, cuando las palabras habían cobrado el sentido y el peso que lo inventado requería, cuando era consciente de que la historia era mía, me levanté y acudí a la fuente donde el agua siempre corre fresca como arroyo en verano. Satisfecha, bebí. Mientras bebía mis ojos se posaron sobre la minúscula inscripción grabada en la fuente. Tengo que aclarar en este punto que sólo se consigue leer la inscripción si se tiene la cabeza en una posición en concreto al beber. Es imposible hacerlo con solo pasar por delante, ya que no queda a la vista. También tengo que señalar que tanto la fuente como la inscripción existen desde muchísimo antes de que nosotros llegásemos a La Madriguera para habitarla. ¿Y qué reza la inscripción? ¿Lo guardo para mí o lo guardo para mí dejándolo por escrito en la entrada de este segundo martes de septiembre? Opto de nuevo por la segunda opción, y como una ofrenda a mi diario natural transcribo lo esculpido en piedra a saber cuándo, por qué y por quién: “Hado benigno encontrar a quien buen destino busca".
María Aixa Sanz
(La Madriguera, 13 de Septiembre de 2022 )