En las últimas horas, y todavía más, en el día de hoy, el mes de julio acaba de hacerme un regalo. Ayer por la tarde se formó una tormenta veraniega y no sólo pude disfrutar de nuevo del olor a tierra mojada, también el invierno que llevo dentro mí, reaccionó como un niño el día de su cumpleaños. Fue como si una mano invisible acabase de abrir expresamente para mí la puerta que me conduce siempre a la vida que realmente me gusta. Pero no finalizó ahí el regalo. Hoy ha amanecido lloviendo y ha continuado durante todo el día. Lo que me ha permitido realizar una de mis actividades preferidas: caminar bajo la lluvia; y con ello, también, recuperar el tono, el horario y las pisadas invernales. En estos momentos me encuentro escribiendo (sentada tras el ventanal) en mi mesa de trabajo en el interior de La Madriguera. Me encanta escribir en este lugar cuando afuera en el exterior llueve. Distintos puntos de luz permanecen encendidos otorgándole a la estancia la calidez de un refugio. Es tan agradable lo que mi vista ve y tan confortable lo que mis sentidos perciben, que me siento profundamente agradecida y bendecida por poder habitar una casa como esta. El punto de aislamiento y silencio que posee, muy probablemente, es lo que más me satisface de ella. Definitivamente, sé que estoy donde amo estar. ¿Y si cierro los ojos y pido un deseo? ¿Sería estar ya en el otoño, quizás? ¿Si cerrase los ojos, ahora mismo, qué es lo que encontraría tras los párpados? ¿Qué clase de deseo? ¿Acaso se trataría sólo de un capricho? ¿O tal vez, por el contrario, hallaría uno de esos deseos que emergen de lo más profundo del alma y que de alguna manera nos retratan? A saber. La lluvia me inspira. Siempre lo ha hecho. Me vuelve porosa a toda clase de sentimientos y experiencias. Y las palabras brotan como de un manantial sin filtros, del todo poético y sincero. Cuando llueve soy más yo que nunca. Lástima que el verano resulte ser un páramo yermo. Un desierto de bostezos. Una duna en la que hundirse en la impaciencia de lo bueno que está por llegar cuando los paisajes se vistan de otoño. Menos mal que por unas horas he vuelto a respirar. Ahora, guardaré en mí, la lluvia recorriendo cada átomo de mi ser. Guardaré estas últimas horas para poder reencontrarme con ellas tras lo párpados al cerrar los ojos. Sí, guardaré en mí la lluvia, como un estado de ánimo inmenso y feliz. La guardaré para cuando no pueda soportar más una existencia sin la poesía del golpeteo de la lluvia sobre las hojas de los árboles del jardín de La Madriguera, sin el olor a tierra mojada, sin esa sensación de libertad que me inunda al caminar bajo la lluvia. La guardaré como se guardan las verdaderas historias de amor. Heme aquí, tan ricamente, como si por un tiempo el verano hubiese quedado atrás. Pero no, el tic tac continúa. El reloj avanza. La templada noche asoma. Tengo ganas de que mi mente ágil encuentre entre el maremágnum de lecturas el párrafo idóneo para terminar la primera entrada del mes de julio en el diario natural. Mi cabeza en estos momentos es como el bombo del sorteo de la lotería de Navidad. Ignoro qué número será el agraciado, qué párrafo el escogido. 《Por favor, ayúdame》, le digo a la María de nueve años que traslada su dibujo (a pie de calle) en el muro de una escuela. Miro afuera, la mirada me devuelve un jardín en su máximo esplendor, que es motivo de orgullo. 《¿Qué hago realmente aquí?》, me oigo decir. La pregunta brota con la espontaneidad del mundo natural. Es decir, me sale al paso. La respuesta no tarda en llegar. La más sincera de las respuestas. Mi respuesta. Y va de la mano del párrafo. Unas líneas de Camino de vuelta de Mark Boyle. “Quería volver a palpar la vida con los dedos. Quería sentir los elementos en toda su enormidad, retirar todas las capas de absurdeces y exprimir los componentes fundamentales de la existencia. || Quería buscar la verdad para ver si existía y, si no, al menos encontrar mi propia verdad. Quería sentir frío, hambre y miedo. Quería vivir, no simplemente tener constantes vitales, y después, cuando llegara la hora, estar dispuesto a adentrarme en el bosque, en calma y con lucidez, y dejar que los seres vivos que allí habitan se alimentaran de mi carne y mis huesos, tal como yo había hecho con ellos. || Es lo justo.”
María Aixa Sanz
(La Madriguera, 11 de Julio de 2022 )