Despierta. Despierta. Despierta el jardín de La Madriguera. Centímetro a centímetro. Pulgada a pulgada. Aliento a aliento. Y, yo sonrío. Sonrío. Sonrío. El festín de la primavera está a puntito de llegar. Lo mejor comienza en tres, dos, uno: ya. Lady Saigón el más malva de los jacintos asoma para observar con asombro a los narcisos, concretamente, al amarillo canario disputándose el trono del color con el amarillo azafrán. En el cuadrante sureste del jardín dos hileras más de jacintos (naranja, azul, fresa y fucsia) como soldados alzan la vista y miran al frente deteniéndose en el pie de Júpiter, allí donde los crocus lanzan suspiritos de amor al níspero que de reojo les contempla desde su incipiente madurez. Tengo un año, les quiere decir. Uno. Orgullosamente. Uno. Y, yo desde su centro, aplaudo su espectacular fervor, su manera silenciosa de hablar, su trabajo sin descanso, su belleza incontinente, su determinación; y me divierto al pensar en la sorpresa que van a tener cuando la exuberancia de los tulipanes dobles y la elegancia de las peonías irrumpa en su rutina mañanera y rebaje su euforia de amanecer sabiéndose lo más, de lo más. Entonces sé que vanidosos reaccionarán del único modo posible, haciéndose valer, y en ese momento, sí, La Madriguera tendrá el jardín que merece. Es decir, uno en su máximo apogeo, en el que la vida viva con sus infinitos detalles y formas deja boquiabierto y complacido a todo aquel que en él su mirada reposa. Lunes, catorce de marzo. Llevo deseando estos días desde Navidad. Anhelando un jardín en flor desde año nuevo. Pasando revista a la tierra sembrada día tras día. O por no exagerar, cada tres días. También añoraba el sol. Días seguidos de sol. Un sol continúo sobre mí, iluminando mi caminar, también el jardín. Calentando los sillones del porche. Acariciando tras el gran ventanal de La Madriguera con sus rayos mis otros sillones de ratán, mis preferidos, los de la granja en África, en Mombasa. Y, ahora, sentada en mi escritorio, con el diario natural abierto delante de mí, cuando el Miércoles de Ceniza hace dos miércoles que quedó atrás, entre párrafos miro el calendario, y sólo resta aguardar la Pascua de Resurrección. El inicio real de la primavera. Si bien, la oficial el próximo domingo, será. Con lo cual, el lunes de hoy, es el último lunes de este invierno. Me alegra enormemente que lo sea. Para alguien como yo que su existencia ha cambiado tantísimo para pasar la mayor parte de su tiempo afuera en el exterior, el invierno resulta ser asunto duro. Debo a lo largo de enero y febrero revestir la paciencia con ilusión, abrigarla con esperanza. Imaginar el día de mañana, rellenar y perfilar el otro y el otro, esbozar y escribir el siguiente y los sucesivos. Anteayer se me ocurrió montar una fiesta en el jardín, el fin de semana del veintiséis y veintisiete. Lo hablamos y nos dijimos sí con los ojos. Amar las mismas cosas, pensar de un mismo modo, estar juntos mano a mano, piel con piel. Nos entusiasman los domingos en la granja, las barbacoas de sábado al aire libre, la mesa puesta a modo de buffet, el corretear de los niños, la mansedumbre de los animales recién alimentados, las cervezas frías, la comida rica, la música en el aire, los amigos riéndose, el hablar hasta el anochecer, el besarnos bajo las estrellas sin pedir ningún deseo, puesto que todo está aquí, y al día siguiente, vuelta a empezar. Hay algo muy sanador en sentirse parte de la rutina. Existe una felicidad sin punto de comparación cuando nada te impide serlo. Y aunque no seamos del todo conscientes o lo olvidemos, existe, está, es nuestra. Es como jugar tras obedecer. Es vivir con la conciencia tranquila. Leí el otro día en uno de los muchísimos diarios que tengo de Henry David Thoreau una frase bellísima no sólo por su sencillez, también, puesto que lo abarca todo: desde la satisfacción del alma, al hecho de saberse afortunado por estar. La frase era: “Acaba otro precioso día de invierno”. Al transcribirla, sigo teniendo la misma impresión. Además, la considero redonda y perfecta en su exactitud. Así pues no vislumbro mejor manera de terminar la entrada de hoy. Acaba otro precioso día de invierno. Acaba otro precioso invierno. Agradecida por tanto le estoy, por lo esperable y por lo que no, por lo soñado y por lo que ni siquiera llegué a imaginar, y sucedió.
María Aixa Sanz
(La Madriguera, 14 de Marzo de 2022 )