Son las nueve menos diez de la mañana del primer lunes de mayo. Afuera en el exterior llueve y yo, un día más, regreso eufórica de caminar bajo la lluvia. Afortunada, agradecida y bendecida. Con el rostro iluminado y la mirada sonriente, entro en La Madriguera como un vendaval, la necesidad urgente de escribir me conduce a uno de mis diarios. En mi caso la lluvia siempre ha convocado la inspiración. Y además en esta mañana sé que mayo acaba de entrar en mí, vital y enérgico, como cada primavera. Percibo las ganas desbordándome a flor de piel y en los latidos del corazón. Me quito el abrigo rojo, lo sacudo, y las gotas resbalan por el tejido dibujando caminitos que mueren en un charquito pequeño en el suelo. Extiendo el abrigo sobre el respaldo de una silla para que se seque, y friego el suelo. Me atuso el cabello. En los últimos metros la capucha me pesaba como si sobre la cabeza llevase un gato temeroso de caer al vacío. Me desternillo al imaginarlo. Voy a la cocina y mientras me preparo un sándwich de pavo, precaliento el horno para hornear, valga la redundancia, pan. Me reconforta enormemente que La Madriguera huela a pan o a bizcocho recién hecho, o lo que es lo mismo, a hogar. Seguidamente me descalzo, y con el sándwich en un plato, tomo asiento en mi lugar de trabajo. Abro instintivamente el diario natural. La lluvia, mi euforia y la necesidad apremiante de escribir pertenecen a la tierra. Este tercer día de mayo, también. De hecho, todo mayo. Puesto que este es el mes (de entre todos los meses) en que la tierra se nos da sin ningún reparo, floreciendo a una, sin ambages ni intervalos. Mayo es de por sí un buen mes. Magnífico en algunos años. Incluso se puede conocer durante este mes (en más de una ocasión a lo largo de la existencia) una felicidad desconocida, donde todo es posible. ¿Y por qué? Porque mayo es un mes de exterior, un mes de color, y lo más importante, porque Dios lo creó expresamente para regalárnoslo cada año con sus bendiciones. Por ello, sé que mañana, pasado, o al otro (tras días caminando bajo la lluvia) sólo existirá el sol, y la vida se me ofrecerá para que la tome a manos llenas. Y lo haré. Me la comeré disfrutándola con deleite como (si toda ella fuese) la primera fresa de la temporada que me llevo a la boca. Porque mayo y verano es eso, no es otra cosa. Es la proposición cuya respuesta sólo puede ser sí. Aunque luego, al llegar las semanas del inmisericorde bochorno y de los famélicos mosquitos, aborrezca las horas y anhele empaparme hasta el alma del amor viciado y de las tormentas que te calan hasta los huesos, para refugiarme cuanto antes en el otoño y alimentarme del olor dulzón de las calabazas. Pero ahora, en estos días vibrantes, madrugo todavía más para abalanzarme sobre la jornada, sobre mayo, sobre el verano que irá, día a día, abriéndose paso hacia mí con la intención de reponer la despensa ya menguante del alma invernal y del sol en la piel.
Un momento.
Atiendo.
Oigo.
Escucho.
Y escucho bien.
Los pájaros cantan sobre el gran árbol, cerca de su nido.
Parece que escampa.
Abril ha sido una sucesión de caminatas bajo la lluvia a las que me he acostumbrado. Resultando ser cada una de ellas una experiencia liberadora. Sé que voy a echarlas de menos. Pero ahora pide la vez mayo, y hay que dársela. Pues ya se sabe: a la lluvia siempre le sigue la flor abriéndose a la vida.
María Aixa Sanz
(La Madriguera, 3 de Mayo de 2021 )