Abril se presenta ante mí mientras contemplo la hora en el reloj. Me dispongo a componer un arreglo floral para el jarrón del gran mueble de La Madriguera, miro el reloj y sé que abril va a llamar a nuestra puerta de un momento a otro. En los últimos meses he ido colocando relojes de manecillas negras, y esferas de un suave color crema en cada una de las estancias de mi casa. Necesito con apremio tenerlos en cada lugar en el que transcurre mi existencia. Soy muy consciente de lo extraño de la decisión pues siempre he sido reacia (hasta ahora) a vivir vinculada de forma tan explícita con el tiempo. Pero lo cierto es que un día me vi buscando con los ojos relojes que no existían. Y, como no fue algo puntual, lo solucioné. Frente a los distintos relojes que ahora sí pueblan mi hogar me noto tranquila al saberme en un enclave específico, al saberme en el aquí y en el ahora. Sé que esta urgencia mía, repentina, de tener en todo momento presente el tiempo, obedece sin ninguna duda al instinto de supervivencia que todo ser vivo posee. En el cruel 2020 mi vida quedó detenida y ahora mi cuerpo y mi mente reaccionan. Se sublevan de esta manera. Creo entender que es el modo que han escogido para habitar el tiempo como un espacio de provecho. El caso es que en esta época encuentro la armonía que siempre he encontrado en el orden, en ese otro orden que es el tiempo pautado que conforma mi rutina en el interior y el exterior de La Madriguera. Tengo necesidad de orden en cada faceta de mi vida, de cumplir con mis rutinas, de estirar para que cundan al máximo las horas. Atendiendo a esa necesidad con responsabilidad mi vida se convierte en una vida sólida. Lo cual me reporta satisfacción.《Toc, toc, toc》, llaman a la puerta. Son las dos de la tarde y sin ni siquiera mirar quién va, sé que el cuarto mes del año acaba de presentarse. Lo sé porque hace aproximadamente una hora, el sol primaveral ha desaparecido y un gélido viento ha comenzado a soplar sin sutilezas, convirtiendo el día en una jornada totalmente diferente. Abril es así, posee la personalidad de un loco bravucón y eufórico en la mañana, y la de un manso cobarde y sin honor por las tardes. No abro, no le dejo pasar, le miro a través del ventanal hacer de las suyas. Sonrío. Me divierte ver como con sus vaivenes demanda la atención que no consigue por méritos propios. Ya le saludaré mañana. Puede estar tranquilo. Saldré afuera al exterior a primera hora y le miraré de frente, le buscaré los ojos, aspiraré su aroma de rebelde caprichoso que se sabe aperitivo de la primavera real que es mayo, y le respetaré y abrazaré por lo que sí es: el mes donde se idean y perciben a flor de piel los sueños. Y lo haré de corazón, amanecida llena de amor, a la luz blanca de la primavera cuando es y no es. Un día más agradecida y bendecida de poder madrugar y caminar mis kilómetros. Y, luego, más tarde después de entrenar, mientras Nuna duerme tendida al sol desvestido del invierno, me sentaré en el porche a admirar el milagro que hay siempre en el comienzo de la primavera y a profundizar en el meollo de la existencia para tomar a manos llenas la serenidad y la belleza que se encuentra en el mundo natural. Pero éso, mañana. De momento, en esta primera tarde de abril, prefiero encender la chimenea en La Madriguera (hermosa y estable) y en su calma saborear la cordura de los honestos y amar la vida segundo a segundo en su luminosa quietud. Ahora mismo, mientras prendo el que será uno de los últimos fuegos de la temporada, antes de hornear unos dulces de Semana Santa, llegan a mi mente unos versos de May Sarton: "Si la casa es limpia y pura, ferozmente incorruptible, Dios está siempre en la puerta, del Padre y del Hijo Pródigo".
María Aixa Sanz
(La Madriguera, 1 de Abril de 2021. Jueves Santo)