Un nuevo mes comienza. Marzo esta vez. Anoto como todos los meses en la página en blanco que es el primer día, la máxima de Charles H. Spurgeon: “Empieza como quieres continuar, y continúa como empezaste, y deja que el Señor sea todo, en todo para ti.” Estoy cocinando en el horno un plato sencillo: salmón con patatas a las finas hierbas. Nuna se relaja viéndome cocinar y al final acaba dormida. Para ella, el que yo cocine, es su cuento para dormir. Afueran los pájaros juegan divertidos. Ellos son música y también compañía. Se han convertido en consuelo en este tiempo aciago de pandemia y aislamientos forzosos, donde es imposible celebrar la vida según nuestras costumbres con la conciencia tranquila. De hecho, en el último año, lo rutinario ha acabado convirtiéndose en importante. Nada tiene el peso ni la entidad que tenía antes de este desbarajuste tóxico. Ahora, por ejemplo, comprarte un mantel para estrenarlo un domingo, agenciarte unos cuantos libros en papel (desde hace tres años leo sólo en ebook) por el placer de tenerlos a la vista antes de encontrarles su momento, conseguir del quinto pino si hace falta o del buhonero que pasa por el camino alguna bagatela con la que distraer las horas es lo que consuela. Noto mientras le doy el último golpe de horno al salmón que este año tengo muchísimas ganas de primavera. Será porque paso en el exterior entre cuatro y seis horas cada mañana. Pero lo cierto es que tengo ganas de sentarme al sol en los altos del camino, de que las flores inunden los márgenes por los que transito, de que el cielo luzca las más de las horas con el despejado azul de los días felices, de respirar sin que me duelan los pulmones por el frío al caminar. Recuerdo cómo de espantosamente triste fue la primavera pasada, cuán desconcertante nos resultó, nos vimos títeres de una broma de mal gusto y sin darnos tiempo a reaccionar: pasó y voló. Me convenzo de que un año después, y, más o menos, acostumbramos a lo que hay, no debemos perder el regalo que es disfrutar de ésta. Deberíamos celebrarla. Debemos obligarnos a ello, preparar nuestro hogar y a nosotros mismos para recibirla y darle la bienvenida como realmente se merece y nos merecemos. No deberíamos cometer la injusticia de dejarla marchar como si importase poco, porque cometeríamos un grave error. 《Quien no quiso cuando pudo, no podrá cuando quiera》 , me oigo decir en voz alta. Entonces mientras sirvo el salmón con patatas en sendos platos, pienso en qué me hace falta para darle la bienvenida, además de la ilusión y las ganas. Tengo tiempo, me digo. Unos veinte días, me confirmo a mí misma. Pero mejor no esperar por si hay retrasos, concluyo. En línea, con unos cuantos clics y unas horas, en unos días tendré lo que creo que necesito para restarle gravedad a esta sinrazón que nos ha tocado en suerte vivir. La actitud a veces necesita de esa ayudita material que nos mantiene preparados y listos para afrontar el mañana con la clase de sonrisa que tan estupendamente le sienta a nuestra alma y a la de quien convive con nosotros. 《Porque si marzo hace de sí mismo la puerta de la primavera, es justo hacer de nosotros, el hogar donde se detenga》, anoto en mi diario del discurrir antes de sentarme a la mesa en La Madriguera.
María Aixa Sanz
(La Madriguera, 1 de Marzo de 2021 )