Me deslizo por la quietud de febrero como el barco que surca la mar en calma en un amanecer de finales de junio, como la bailarina que debuta con un vals en la cúpula nevada de la Viena de enero, como el globo que asciende para perderse en la estratósfera la mañana del segundo domingo de mayo, como la gota de lluvia por el cristal que anuncia la última tormenta del verano y la primera de otoño. Pienso y hago. Hago pensando. Camino, entreno y escribo al compás de mis pensamientos. Cocino recetas propias, leo historias que escriben otros, veo películas en la noche, proyecto ideas y reformas para La Madriguera sentada apoyando mi espalda en una pared soleada, beso al hombre al que amo y me ama, y me ilusiono con todo mientras mi mente bulle al calor de mis cavilaciones. Febrero me es siempre fértil, febrero me da el máximo. La mente que es donde se fabrican las historias, en febrero, encuentra el dulce acomodo de quien ha llegado a casa. Y se aprende con los años que si todo lo que se vislumbra en febrero como un pensamiento certero o una historia en ciernes se escribe en negro sobre blanco se torna realidad. Este es uno de los mejores meses para saber cuán poder albergan y atesoran las palabras escritas, para incluso derretir los corazones helados, y salvar o enfurecer a todo un mundo. De la misma manera que los contadores de historias al escribirlas tenemos el poder de acompañar a nuestros semejantes, los pensamientos que nacen en nuestro interior en febrero poseen el poder de acompañarnos a nosotros mismos de por vida, y ante eso la soledad no deseada y el desarraigo van a poner siempre los pies en polvorosa. Hay un momento en estas cuatro semanas en que los pensamientos y el corazón se acompasan de tal modo, que son como una misma respiración, y entonces es cuando tomas conciencia de que todo en ti está bien. Asiento con la cabeza al pensarlo, levanto la vista y miro a Alberto que me mira con los ojos abiertos como platos, llenos de asombro ante mi grado de concentración. A saber el rato que hace que está mirándome sin yo ser consciente, inmersa como estoy en mis pensamientos mientras mecánicamente preparo la farsa para rellenar cuarenta y ocho canelones que después congelaré en paquetes de a seis para cocinarlos durante ocho semanas añadiéndoles sólo la bechamel. Ni pierdo ripio de mis cavilaciones ni de dejarme algún ingrediente. Repaso: 500 gramos de carne picada de cerdo, 500 gramos de carne picada de ternera, 2 pechugas de pollo, 450 gramos de higadillos y corazones de pollo, 150 gramos de jamón serrano, 160 gramos de paté y unas cucharadas soperas de un ingrediente secreto que jamás revelaré. Sonrío sin mirarle. Él cambia su peso de un pie a otro. Levanto de nuevo la mirada, le miro. En su interior se produce la pequeña revolución del efecto de mis ojos en él. Una vez hace muchísimo tiempo, al principio, me dijo que hasta que yo no le miré no había comprendido verdaderamente qué era el amor. 《¿Qué?》, le pregunto. 《¿Qué vas a querer como regalo en este mes del amor?》, me responde, y sonríe relajado, pues ya ha sosegado los latidos de su corazón y ha apagado los fuegos de su pequeña revolución. Le conozco bien y desde siempre, pienso. 《A poder ser: dos tazas de té de la isla de Ceilán, cuando Sri Lanka era colonia británica 》, le indico divertida. Ríe. 《Mujer de ideas claras, las tendrás. Aunque para ello tenga que ir hasta la misma Colombo》, me contesta, y seguidamente desaparece, no vaya a ser que reclame su ayuda para rellenar los canelones. Le conozco bien y desde siempre, vuelvo a pensar. Sigo cocinando y febrero sigue con su discurrir tranquilo viviendo a través de nuestros pensamientos, tornándonos más sabios y menos vulnerables, más fuertes, pero no por ello, menos humanos.
María Aixa Sanz
(La Madriguera, 6 de febrero de 2021)