Saber que estás ahí, al otro lado de mi caminar, me reconforta enormemente. Te imagino con los brazos abiertos siempre dispuesto a abrazar a tu rechonchita. (No te desternilles.) La edad nos pone las carnes en su sitio a todos. Rellena lo que en otro tiempo sólo fue piel y hueso. El hecho de existir, coincidirás conmigo, nos transforma casi que en otras personas. Por ejemplo, hay algo que en estos meses desde el accidente va manifestándose en mi persona, algo tan real y palpable como la taza que tengo delante, y es que hay una María en mí que ya no existe. La María alegremente generosa, la que anteponía los deseos de los otros a los suyos no está y sé que no va a regresar. Con el accidente he aprendido a simplificar mi existencia a lo Thoreau, a decir: «No», a soltar lastre, -por llamar de algún modo a mis costumbres contraproducentes-, estoy aprendiendo a vivir sin responsabilizarme de todo lo que no soy yo. Y comprendo mientras se produce esta transformación que tú, Alberto Fil, siempre pertenecerás a mí yo definitivo porque depositaste en mí la belleza de lo innegociable. Me enseñaste que las experiencias no sirven de nada si no se aprende de ellas. Desde entonces he creído en esa máxima tuya, y por creer en ella: soy quien soy y he llegado a ser quien deseaba ser, sin deberle nada a nadie, sin tener en esta hora ya que demostrar nada, salvo a mí. Vivo, he de decirte, con la conciencia tranquila, con el alma serena, con la sonrisa en el rostro, seguramente por haber tenido siempre muy presente que soy la única responsable de lo que me pasa. Sin embargo, es aquí en Manitoba, desde el accidente cuando estoy aprendiendo que en realidad sólo debo serlo de mí misma, que los demás no son mi responsabilidad. Que cada uno, del mismo modo como hace de su capa un sayo, que aguante su vela. Es algo muy parecido a como si mi interior hubiese estado siempre parcelado en territorios que yo debía cuidar, como pequeños jardincitos, y en este año cruel van muriéndose o desapareciendo uno tras otro. Cada vez estoy menos parcelada, menos fragmentada, y a pesar de que mi interior se nota en más de un momento enfadado porque sabe que nada es reversible y porque es consciente de que en verdad no tiene ninguna obligación para con los otros, cierto es que se encuentra más salvaje, más libre, más ancho y eso le satisface enormemente. ¿Estoy aprendiendo a ser egoísta? Francamente, sí. Te veo en este instante haciendo un alto en la lectura y abocándome a la cara, como tantas veces has hecho, sin mirarme si quiera con tu sabiduría vieja y de mundo: 《¡Bienvenida a la madurez!》Atiéndeme. Intento captar y retener a mi vera tu atención. 《La tienes. Soy todo tuyo 》, me respondes, sonriendo para tus adentros y me miras. Ahora sí. Respiro aliviada. Mírame. Escúchame. Atiéndeme. Es por egoísmo, la razón por la que te escribo cuando lo deseo más que respirar, incluso sabiendo que mejor sería no hacerlo, mejor sería dejarte en paz, no someterte por mi culpa a un desvelo o a una sonrisa furtiva cuando nadie te ve. (Ahora te desternillas y yo me hago la longui y sigo.) Y también, es por egoísmo, el motivo por el que te hablo en una conversación mental, infinita y sin trampas. Lo hago, te escribo y te hablo egoístamente. Incapaz de prescindir del placer que me produce vivirte y que me vivas. Y en este instante dejas de sonreír para tus adentros, de desternillarte para tus afueras y te repantingas hacía atrás y me miras de verdad y como siempre, y satisfecho, te vuelves inmortal porque sabes que tu insumisa incluso egoísta hace de ti su hogar. Conociendo que seguirá habitándote siempre que le venga en gana porque, al fin y al cabo, una vez, hace mucho con la seguridad de los inteligentes y la brillantez de los avispados sembraste en ella no sólo la belleza de lo innegociable, también tu nobleza y lo eterno que había en ti. Y, claro, indiscutiblemente tras la siembra siempre llega la cosecha, en más o menos abundancia, y si tú eres su hogar, ella es para ti, como poco, cobertizo en el que cobijarse cuando llegan las tempestades y los vientos y los inviernos. Piensas que es todo tan cierto antes de cerrar los ojos en la madrugada... Y sí, lo es.
María Aixa Sanz ✒
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