En Caótica |
«Me gusta apoyar la mano
en el tronco de un
árbol no para asegurarme de su existencia, sino de la mía.»
―Christian
Bobin―
Después de unos días en
que mi rutina habitual se ha visto obstaculizada y alterada por tener que atender actividades de carácter puntual, burocrático y fastidioso. Al salir a caminar de
nuevo he visto cuánto necesitaba perderme y encontrarme de nuevo en la
naturaleza. Necesitaba recuperar de nuevo la cordura. Del mismo modo como
sentarme a escribir y escribir le da sentido a mi existencia y el amor inunda de calma mi alma, la naturaleza me llena de energía. Para sentirme completa y
bien necesito estar en contacto permanente con la naturaleza. Necesito descalzarme y sentir mis pies
en la tierra. Conectando a través de ella con el vientre de la Tierra, como los besos me conectan a
mi amor. Me gusta ser testigo de los pasos silenciosos de la primavera y cuando
soy testigo, como lo he sido hace un
rato, quisiera serlo de todos los pasos silenciosos de todas las primaveras de todos los lugares diferentes a este. Ese sería un privilegio enorme. Una fortuna
difícil de cuantificar. Esta mañana, al reencontrarme con la naturaleza, he
sentido cómo se tensaba dentro de mí el hilo que me une al mundo natural, y poco
después, mis pasos se han compenetrado con los pasos silenciosos de la
primavera, de tal modo, que he notado cómo la energía positiva de la naturaleza
iba colmándome de dicha hasta que ha conseguido que me olvidase del resto de la
humanidad. Necesitaba una mañana como la de hoy. Donde la naturaleza me escribe
su particular carta de amor, yo que para ella, a estas alturas soy palma de su
mano, por conocida. Ella, con su primavera imparable, ha hecho que todo mi
cuerpo y mi mente se oxigenasen, revitalizasen y estuviesen en completa armonía y sintonía
con el Universo y también conmigo misma, recuperando la cordura y el
bienestar. Esa comunión con la naturaleza, con el mundo natural y con el Universo, es para mí uno de los sentimientos por los que estar sobre la faz de la Tierra resulta ser algo extraordinario. Así que, hace unas horas, felizmente descalza y apoyada como estaba en un árbol grande y sagrado; me he inventado el vocablo: amorleza, que surge de sumarle a la
palabra amor la palabra naturaleza; y al hacerlo me he sentido el ser más satisfecho del
planeta Tierra. Creo firmemente que la naturaleza comprende en qué pienso cuando intento reunir en una sola palabra todo lo que ella me da. Pero si tuviera que definir este vocablo recién inventado e inexistente en los diccionarios como algo más que el resultado de la suma de dos palabras, lo haría del siguiente modo: Diría que amorleza es cuando la naturaleza sabe que tú la respetas y la admiras; que aprendes de ella y absorbes sus enseñanzas cada día, cual esponja; que lejos de ella te sabes en el exilio; que en la necesidad de ella se ensanchan tus propios límites y limitaciones; que es ella quien hace que repares y te detengas en aspectos pertenecientes tanto a tu interior como al exterior que te rodea; que ella es tu centro de gravedad; que no entiendes tu vida apartada y distanciada de ella; que te apasiona y te fascina; y que descalzarte y sentirla bajo tus pies y caminar por ella es tu manera desde niña de saber que formas parte de algo asombrosamente inmenso, es saber que existes para el Universo. Todo eso es la amorleza. Y quien lo siente y lo vive, lo sabe.
Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz