Nuna y mi padre |
«Lo único que hace falta es observar cualquier
fenómeno, por muy familiar que nos sea,
a un mínimo de
distancia con respecto a nuestra rutina o camino habitual
para que su belleza y
su significado nos posean.»
―Henry
David Thoreau―
Rara es la noche en que
duermo más de cuatro o cinco horas. Algo que no es fruto del insomnio sino de
que soy de poco dormir. Cuando conocí a Alberto me asombró lo extremadamente
madrugador que era, costumbre que todavía a fecha de hoy conserva y que yo he
hecho mía. Así que nos hemos convertido en dos compañeros de vida
extremadamente madrugadores. Nos despertamos y nos levantamos a la misma hora,
bien temprano, antes de que salga el sol; pues como Thoreau, pensamos que no es
bueno para la salud tener los pies al mismo nivel que la cabeza durante muchas
horas seguidas. De modo que yo que tengo querencia por los amaneceres, de esta
manera, puedo disfrutar de ellos cada día, ya que para mí es la mejor forma de
empezar la jornada y que ésta te cunda. Los amaneceres me llenan de vitalidad.
Eso es algo que he comprendido con los años, he comprendido que los amaneceres
son mis aliados. Pero lo que os quiero contar, lectores míos, no es algo sobre
los amaneceres sino algo que tiene que ver con el conocimiento y la comprensión
de uno mismo. Desde hace tiempo vengo observando cómo me gusta examinar mi vida
desde distintos ángulos y desde diferentes perspectivas, pues esa es para mí la
única forma posible de comprender la existencia y de sacarle todo su jugo al
ejercicio de vivir. Y, ahora, he de confesaros que estoy en una etapa de mi
vida en la que comprendo muchísimas cosas de mi persona. No es que haya llegado
la hora del balance, sino más bien, ha llegado la hora del destape, de destapar
quién soy en realidad. Por ello, para comprenderme, para conocerme mejor, averiguo que me une por
genética a mi familia y lo analizo para poder decirme a mí misma: en esto me
parezco a mi padre, en esto a mi madre, con esto otro soy igual que mi abuelo
por este motivo o por este otro. Me estoy dando cuenta de cómo el ansía de
saber para aprender y convertirme en un mejor ser humano que me ha invadido
desde que tengo uso de razón, últimamente, se ha concentrado en el hecho de
encontrar los puntos en común entre mis progenitores y mi persona, como si
quisiera descubrir o redescubrir mis orígenes. ¡Y los encuentro! ¡Claro, que
los encuentro! ¡Por supuesto! ¡Faltaría más! Por ejemplo, hace unos días recibí
una carta de mi padre y encontré en ella uno de esos puntos y sentí que estaba
ante un hecho irrefutable, fue mi respuesta y hallazgo del día. Mi padre es un
hombre que aun siendo como es desenfadado, divertido, de un sentido del humor
envidiable y proclive a la risa es capaz de soltarte algunas frases que
descolocarían incluso al más más filósofo de los filósofos y en su carta me
escribió que estaba disfrutando de la última etapa de su vida. Ahí es nada. Se
te resquebraja el suelo cuando tomas conciencia de la magnitud de esas
palabras. Mi padre siempre ha sido un hombre que ha vivido muy en el presente,
nunca jamás le he visto hacer referencia a ningún tipo de futuro, como tampoco
le he visto tener ningún tipo de nostalgia ni añoranza del pasado. Opina desde
su positivismo vital que el pasado, pasado está, y con respecto al futuro, pues
que uno ya hace de su capa un sayo cuando está en él, según le vaya. Pues va y
ahora, ―para dejarme todavía más llena de admiración―, siendo como es un hombre
de presente, a sus setenta y cinco años, tiene la gallardía con una naturalidad
y una tranquilidad conmovedoras y con una lucidez y una clarividencia
prodigiosas de decir lo que muchos no se atreven a mentar, ni aun siendo
muchísimo más jóvenes. Y es concretamente en esa lucidez y en esa clarividencia de
sentir la desnudez del día de hoy, el desgarro del presente, la sabiduría de
quien sabe que sólo existe el hoy y tiene los arrestos para soportarlo, sin
mirar atrás y sin sentir zozobra por un futuro que en realidad no existe, en lo
que creo que me parezco bastante a él. Por no decir, mucho. De modo, que en esa
ansia mía de saber más y de ser mejor, en este marzo recién estrenado, con las
palabras de mi padre, he aprendido de nuevo unas cuantas enseñanzas y entre las
más importantes: el poder ser con los años si cabe todavía más valiente desde el
optimismo y el advertir y notar cómo estoy amándolo desde la sabiduría. ¡Y, eso,
lectores míos, es muy pero que muy bonito!
Besos y abrazos a tod@s.
María
Aixa Sanz