«Tómatelo con calma
si hay luz te encontrará.»
―Charles Bukowski―
Nos gustan las
velas. Apagadas porque sabemos que están ahí. Encendidas porque nuestra casa
huele a hogar. Es importante saber cuál es el olor del hogar. A Alberto y a mí, nos gusta
encenderlas en días de lluvia y en tardes de tormenta, porque le dan al
ambiente un aire muy nuestro, muy bohemio; como también en las noches de
verano, en esas en que la suave brisa hace que la llama flamee. Por supuesto
nos gusta encenderlas en invierno, pues son testigo y compañía de días
perfectos. Un día perfecto puede redondearse al encender una vela y que su
aroma inunde la casa. Es como la guinda del pastel. Y cómo no, en Navidad, qué
sería de una Navidad sin velas. Sí, lo admito tengo querencia por las velas,
probablemente desde mi infancia en Caótica donde
eran frecuentes los apagones en las tormentas. He vivido a lo largo de mi vida
bastantes cortes de luz en distintos lugares del mundo, ―que nos han sumido durante muchísimas pero que muchísimas horas
en otra clase de existencia―, para creer a pies juntillas en la fiabilidad del
suministro eléctrico. Por experiencia sé que nadie me puede asegurar que un
apagón no puede suceder de un momento a otro, ni que el suministro eléctrico es
algo estable e inalterable, ni que este mundo que habitamos de internet es algo
que jamás se va a extinguir. No es que no confíe, es que no me gusta dar las
cosas por hechas, ni por sentado. Si lo hiciese no sería yo.
Pero, volviendo a
las velas, éstas mucho han cambiado desde mi infancia a día de hoy. Entonces
encendíamos una vela y la depositábamos en un plato o en un vasito tras verter
un poco de cera para que se pegase, hoy las velas ya vienen con vaso incluido.
Lo que resulta ser una maravilla, y para más deleite la cera vuelve a ser cera
vegetal. Hace mucho tiempo que les dije adiós a las velas de parafina que
además o por ser tóxicas, acababan siempre produciéndome dolor de cabeza y picor
de ojos. ¡Cómo para no decirles adiós! Si lo que buscas es darle un toque
acogedor a tu hogar no se me ocurre mayor estupidez que intoxicarlo. Lo lógico
es encender una vela que huela a coco, a cítricos, a helado de mora, a
vainilla, a jazmín, a flores silvestres, a naranjo, a bergamota, a madreselva,
incluso a nube de azúcar. Pero a petróleo…, no, por favor. Hay que tener
respeto tanto por nuestras vidas como por las velas, puesto que las velas son
algo más que un complemento de decoración, las velas existen para aportarnos luz
en la oscuridad, las velas existen para darnos paz y refugio, las velas existen
para consolarnos, las velas existen para hacer de un lugar un hogar, las velas
existen para poner cordura a la sinrazón; sino contestad a esta pregunta: ¿Por
qué cuando sucede algo tan abominable como los atentados que por desgracia
sufrimos e invaden nuestro día a día, de extremo a extremo del mapamundi, las
personas de bien salen a las calles y depositan allí una vela encendida? No
será, lectores míos, porque las velas en algunas ocasiones son lo único capaz de
iluminaros en nuestra hora más triste y oscura. Sí, sé lo que
estáis pensando: las velas iluminan el alma.
¡Feliz domingo!
¡Feliz domingo!
Besos y abrazos a tod@s.
María
Aixa Sanz