Para escribir, de la misma forma como para leer con provecho hay
que haber vivido y vivir la vida intensamente. No vale pasar por la vida de
puntillas, hay que sumergirse en ella, hay que amar y ser amado, hay que reír y
llorar, hay que morder y dejar que te muerdan. Hay que ser ciudadana del mundo;
tender puentes y cruzarlos; ponerte en otras pieles; preguntar, preguntar y volver a
preguntar ―incluso a ti misma, en primer lugar― para al final comprender que todos
vivimos bajo un mismo cielo. Hay que absorber. Hay que vivir con los sentidos y
los ojos abiertos. Hay que vivir con ganas. Hay que tener y mantener viva la
curiosidad.
Después de muchísimos años sigo siendo la misma niña curiosa que
era. Convencida estoy a estas alturas de que poseo el gen Drd4, es decir, el
gen de la curiosidad. Aposté en su día por esa curiosidad, y le di un lugar
relevante en mi vida. Hoy sé que hice lo correcto y ello me da la gran
satisfacción de haber sido coherente y consecuente conmigo misma.
Con todo lo vivido y las miles de experiencias acumuladas, todavía
no se me han acabado las ganas: ni las de aprender; ni las de curiosear; ni por
supuesto, las de contar historias.
Esa curiosidad, ese gen, quizás es mi mayor virtud; de los
defectos mejor no hablamos, porque de tenerlos los tengo y a puñados.
Lo que sí que sé es que la curiosidad es mi mayor tesoro, pues
todo lo que he sido, soy y seré a ella se lo debo.
Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz.