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viernes, 24 de julio de 2020

PLATOS ROTOS


《La “nueva realidad” era una expresión que oía a todas horas. Pero la verdad es que era una regresión: la vida había metido la marcha atrás, de repente no avanzábamos sino que retrocedíamos. 
Un plato se cae al suelo: la “nueva realidad” es que está roto. Tenía que acostumbrarme a la “nueva realidad”. Sin embargo, la “nueva realidad” , hasta donde yo era capaz de ver, sencillamente estaba rota. El plato había existido y cumplido su función durante años, pero hecho añicos, -a menos que fuera posible pegarlo-, no servía de nada en absoluto.》 
[Despojos / Rachel Cusk]



Vivir en este 20 es como vivir atrapados en el cuerpo de un aguafiestas. Es ésa la sensación que tengo. Si pensáis en un familiar, en un amigo aguafiestas, os podéis hacer una idea de lo que es ser él a tiempo completo. Porque ahora mismo estamos en las entrañas del mayor aguafiestas que podíamos encontrarnos. Un aguafiestas que va dando al traste con todo tipo de celebraciones. Por él,  en invierno cuando soñábamos con celebrar la primavera, vimos a la llegada de ésta que tampoco había nada que celebrar, y tres cuartos de lo mismo ha pasado con el verano. Se nos va sin haber celebrado ni siquiera su ecuador. Por el camino, por su culpa, se nos han esfumado muchísimas celebraciones tanto comunitarias como particulares. Y para recordar qué era celebrar algo a lo grande no nos queda otra que remontarnos a la Navidad pasada. Atesoro, personalmente, su recuerdo como un talismán que brilla en la oscuridad de la panza de este maldito y malvado aguafiestas, ante el hartazgo y el aburrimiento al que nos somete día a día. La existencia me resulta ridícula sin celebraciones, sinceramente.  Es ridículo estar vivos y no poder celebrar la vida. Es odiosa una existencia mano a mano con un aguafiestas. Lo estamos comprobando todos. A finales de enero cuando tuve el accidente,  sabía que tenía por delante una larga recuperación, pero no podía imaginar que tendría que reconquistar mi autonomía sin la ilusión que acompaña a las celebraciones,  sin la algarabía que los preparativos de las mismas llevan consigo. Y, lo que es peor, con el miedo a un sinsentido que les está costando la vida y el modo de estar en ella a muchos, ante la complacencia y pasividad de los gestores, hasta el punto de pensar si el aguafiestas no es un producto fabricado expresamente. Nos ordenan y nos ordenaron quedarnos en casa, como si fuese una idea brillantemente estudiada, lo más de lo más, cuando la realidad es que desde el principio de los tiempos todo ser vivo cuando se siente amenazado busca refugio en su madriguera, cueva,  choza, cobertizo, casa o mansión. Si se cierne sobre un animal o un humano una tormenta en campo abierto corre hasta cobijarse bajo un techo, no le hace falta que nadie le cante que se quede en casa. Te cobijas, te resguardas, te refugias por instinto. Es avergonzante que en un mundo que creíamos sumamente avanzado la única solución sea ésa y ocultar nuestros rostros bajo máscaras para ir esquivando al aguafiestas. De tan avergonzante y bochornoso, lo más lógico, es esperar que el aguafiestas salga de nuestras vidas por voluntad propia más que nada por poco interesantes e idiotas o porque no le quede donde rascar, puesto que visto lo visto, confiar en que alguien nos salve a estas alturas sin sufrir daños es como dejar de creer en nuestra propia fortaleza y valentía. Es lamentable lo que nos está sucediendo. Es muy lamentable todo. Por ello, incluso atrincherados en la paciencia y aun haciendo de tripas corazón, no deberíamos comulgar ni aceptar como normal lo que nunca será, ni estar dispuestos a pagar sin alzar la voz los platos rotos que no rompimos. Debemos reclamar nuestra vida. Debemos hacerlo. Es ya cuestión de lealtad con nosotros mismos, de recuperar nuestra propia Navidad. La de cada uno.



Besos y abrazos a tod@s. 
María Aixa Sanz