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domingo, 26 de agosto de 2018

DESPEREZÁNDONOS A LA VIDA



«Tenemos que obligar a la realidad a que responda a 
nuestros sueños, hay que seguir soñando hasta 
abolir la falsa frontera entre lo ilusorio y 
lo tangible, hasta realizarnos y descubrirnos 
que el paraíso estaba ahí, a la vuelta de todas las esquinas.» 
―Julio Cortázar―


Si siempre alcanzásemos lo justo, lo deseado, nunca llegaríamos a ser hombres y mujeres magníficos, ni tampoco en apariencia completos y en sentimiento, plenos. Si siempre alcanzásemos lo justo, lo deseado, no tendríamos ni idea de a qué se parece la plenitud y sobre todo el esfuerzo y el color y el valor de nuestros sueños, de nuestros deseos y también de nuestros caprichos. Si siempre alcanzásemos lo justo, lo deseado, no nos sería posible: mejorar, ensanchar nuestros propios límites, retarnos, crecer y convertirnos en otra persona cada día. Si siempre alcanzásemos lo justo, lo deseado, al primer intento o con una pasmosa facilidad, en vez de después de mucho trabajo y empeño o nunca, seriamos seres planos. Totalmente planos, sin ningún interés, involucionados. Al no ser así, al tener que enfrentarnos al hecho de que hay que poner de nuestra parte para alcanzar lo justo y lo deseado, nos vemos sin remedio obligados de alguna manera cada día de nuestra vida a buscar el sol, a demostrar constantemente nuestra disposición, voluntad, ingenio, resiliencia y resistencia. El anhelo de acariciar lo justo y lo deseado nos obliga a seguir creciendo incluso peinando canas. La indolencia de lo justo nos aboca a desperezarnos a la vida, abriéndonos como una flor a los sentidos y a los sentimientos para ver qué es lo posible y lo imposible. Por ello, es necesario ver en cada cambio por muy nimio que este sea, en cada variación, en cada improvisación, en cada modificación, en cada recodo del camino, en cada cerrar de ojos para abrirlos después de haber tomado aire para respirar de nuevo, una oportunidad y no un desastre, porque vivir siempre es increíble y es sin duda maravillosamente increíble por lo imperfecto de nuestro existir. Y, ante lo imperfecto, ante esa maleabilidad de la vida, ante esa tendencia por llevarnos la contraria y provocar en nosotros pequeñas hecatombes, es natural que nuestros logros nos llenan de dicha y nuestros “fracasos”, ―nefasto considerarlos como tales, en vez de lo que son: una forma sorprendente e inesperada de obtener habilidades―, nos impelen a levantarnos con todas las fuerzas y a continuar. Las variaciones, los cambios, son el vehículo para que ese desperezarnos a la vida sea posible y son el modo en que las experiencias pasan a formar parte del haber del que extraemos la sabiduría que nos convierte en quienes realmente somos. Si siempre alcanzásemos lo justo, lo deseado, no aprenderíamos que si un día algo acaba, no pasa nada. El mundo no acaba. No aprenderíamos que eso sólo ha sido una etapa pero que tú eres mucho más que una etapa, eres una mujer eterna e infinita, un hombre sin fin. No aprenderíamos que el placer es una sucesión de cuerpos infinitos, y el amor, en algunos momentos del existir también, como algunas tareas son el marco y escenario donde intentamos alcanzar exactamente eso: lo justo y lo deseado. Nuestra estancia en la Tierra es un billete de ida para el único viaje necesario: el del crecimiento. Un billete de ida sin vuelta, que cada cual lo aprovecha, o no, lo mejor que sabe. Si se aprovecha, se acaba averiguando que la vida son etapas que existen precisamente por la imperfección de la vida y que comienzan habitualmente con giros que nos empujan a ese tener que desperezarnos a la vida, por tanto, no nos queda otra que nutrir esos giros de esperanza y de energía positiva. Puesto que crecer es eso, e intentar alcanzar lo justo y lo deseado, también.



Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz