En mayo del año pasado publiqué una entrada titulada OBJETOS que decía así:
«Los objetos nos hablan. Es posar la vista sobre un objeto y contarnos toda una historia. Los objetos nos trasladan en el tiempo como pequeñas naves espaciales. Con un objeto y sin más equipaje, ni siquiera con billete, volamos y aterrizamos en un lugar en concreto, en una fecha determinada con su día y su hora, en un estado de ánimo. Con los objetos regresamos a nuestro pasado. En ellos vemos a personas que todavía están a nuestro lado, como también a las que ya no están. Los objetos atrapan para siempre los momentos fugaces, convirtiéndolos en perdurables. Tanto perduran que nos sobreviven. Los objetos forman un mapa de nuestra vida. Sostienes un objeto en la mano y sonríes o lloras o le das un beso. En ese momento estás recordando. No sé si seriamos capaces de recordar tanto y tan bien sin ellos. ¿Cuántos instantes caerían en el total olvido sin ellos, en esa nebulosa donde el ayer se esconde? Posiblemente todos. A más viejos más trastos pueblan nuestras estanterías, nuestros salones, nuestras mesillas de noche, nuestros escritorios. A más viejos más momentos para recordar. Ellos, los objetos, son los testigos de nuestra existencia. Son los testigos de que una vez estuvimos, de que una vez amamos, de que una vez soñamos, de que una vez reímos, de que una vez pusimos los pies en un preciso lugar. A ojos extraños pueden parecer sólo cachivaches de pobre valor que ni un ladrón se molestaría en llevarse. Pero para cada uno de nosotros no lo son, sino que al revés: los objetos son nuestros tesoros. Y poseen el mismo valor que para el pirata posee los que encuentra en un pecio hundido hace mucho, puesto que todos juntos forman una historia que en definitiva es la nuestra. Sin ellos no existiríamos.»
¿Y por qué traigo ahora a colación esa entrada en concreto? Pues por mi Quijote Orador, que guarda una buena historia. Una historia real. Pocas semanas antes de Navidad conocí en Canadá a una pareja que se dedica a ir a todo lugar donde se montan ferias de antigüedades para adquirir el objeto que más les llama la atención, para seguidamente inventarse una historia sobre su procedencia. De tal modo que van acumulando objetos junto a historias inventadas que evocan con notable emoción. En ellos vi el mismo respeto que yo siento por los objetos. Pero a diferencia de ellos mis objetos están unidos a la realidad. Cada uno de ellos me devuelve al mirarlo a una persona, a un momento determinado, a un lugar en concreto, a una etapa de mi vida, a un hito en mí existir. Del Quijote Orador que podéis ver en la fotografía me enamoré en enero de 2014, fue verlo y sentir dentro de mí un flechazo, pero debido a lo que los objetos representan para mí, pensé que lo adquiriría sólo el día en que tuviese un buen motivo para comprarlo, puesto que no era suficiente con que me gustase solamente, sino tenía que tener una buena razón para que cuando lo contemplase estuviese contemplando algo más, ya fuese un momento en particular de hermoso rememorar o el haber conocido a una persona muy especial y realmente importante para mí. Tres años después. 36 meses después, tengo en mi poder al Quijote Orador, porque ya representa para mí ese algo que debe representar todo objeto, porque consigo lleva una razón de ser, desposeyéndolo inmediatamente del bello adorno que resulta ser solo en primera instancia. Contemplar a mi Quijote Orador significa para mí muchas sensaciones y emociones que tienen nombre y apellidos y que tan íntimamente guardo para mí. Mi Quijote Orador ya es algo más que una figura hecha y pintada a mano por artesanos de un taller valenciano; es algo más que una figura de serie limitada y numerada; mi Quijote Orador tiene vida propia, puesto que tiene un buen motivo para formar parte de mi existencia, en definitiva, tiene una historia real que forma parte de la mía, que se funde con la mía y me une a él para siempre.
Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz