Berlín, 26 de enero de 2020
Deshago la bolsa de viaje y sonrió para mis adentros, sé que de estar aquí como en otras ocasiones has estado, te lanzarías sobre mí con tus besos a discreción. Nunca has soportado tenerme lejos. No falto a la verdad si digo que llevas fatal lo de estar separada de mí, por eso sé que en cualquier momento aparecerás por la puerta y entonces sí que te abalanzaras sobre mí. En ese momento eres como un alud de deseo capaz de llevárselo todo por delante. Es en esa hora cuando yo tomo posesión del territorio conocido, del paraíso hallado, que eres tú para mí. Cuando me fijé en ti por vez primera yo sólo era un hombre curioso por profesión y por naturaleza. Me había desafiado a mí mismo subiendo por la escala social y profesional pero siempre teniendo debajo de mí una red de la que sabía amortiguaría mi caída en caso de producirse. Así es fácil saltar hacia arriba. Soy un tipo seguro, lo sabes bien. No me gustan las sorpresas, ni improvisar sobre la marcha a salto de mata, por ello, tal vez, nunca pasó por mi mente ser un aventurero. Pero fue conocerte y sentir dentro de mí las sacudidas de pequeños sismos que provocaban que el reducto de seguridad al que yo me aferraba comenzase a importarme bien poco. Fue conocerte a ti y sentir que estaba ante el mayor desafío de mi vida. Y no me convertí en un aventurero porque el aventurero va en pos de algo y yo contigo ya había encontrado todo lo que, muy consciente era, necesitaba. Me convertí contigo en explorador. De hecho tú me has convertido en explorador, querida mía. Te exploro desde que te conocí. Exploro tu cuerpo generoso, tu alma bondadosa, tu corazón noble, tu carácter indómito, tu respeto por el trabajo bien hecho, tu voluntad y disposición para con todos pero sobre todo para conmigo, tu no parar, tu sonrisa y tu risa, tu ira fugaz de poca consistencia, tus contradicciones según la luna, tu necesidad de hacerme feliz, tu deseo y tu placer, tu sed y hambre de mí. Y como te exploro desde hace tanto soy capaz de adelantarme con serenidad a tus respuestas. Sí, querida mía, me satisface enormemente saber cómo vas a conducirte. Me apasionas siempre, me fascinas más veces de las que imaginas, pero lo que más me gusta es saber cómo vas a portarte, como vas a reaccionar ante lo que yo provoco en ti. Azuzas tanto mi inteligencia. Me das tanta vida con tu energía. Me enorgullece tantísimo saberte mía y conocer de la misma manera las hechuras de tu cuerpo, las de tu alma y las de tu rostro, que me hace inmensamente feliz saber de antemano tu respuesta cuando a las cuatro de la tarde cae la noche en Berlín, -como cuando la noche caía en nuestro apartamento lisboeta-, y tú estás desnuda entre mis manos y yo te susurró al oído: 《Tarde no es, prisa no hay》. Querida mía no sé si te has percatado de ello, pero nuestra hermosa horizontalidad ha soldado nuestros corazones. Y entonces ese piel con piel ha cobrado la dimensión de los amores de derribo. Sé que en este momento estás sonriendo y echándome muchísimo de menos. En multitud de ocasiones me has dicho que la única vida válida es la que te erosiona porque de esa manera te aseguras de que te lo da todo. Seguiré erosionándote. Te aviso. No hace falta que te lo prometa. Me conoces. Dejo de escribirte por hoy. Te envío la presente en unos minutos. Ahora voy a ver un partido de balonmano en la tele.
El berlinés.